No todos los caminos conducen a Roma

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Esbozo de un retorno a la especie.

Triste es la melopea que se eleva en las reuniones psicoanalíticas en este principio de siglo XXI. Demasiado triste y desalentadora para mi gusto, ya que no hay razones para tanto lamento. Un desencantamiento generalizado se apodera de sus protagonistas cada vez que se discute el futuro del psicoanálisis, a menos que una cólera sorda invada su retórica en donde el psicoanálisis aparece como cercado por malas intenciones y expuesto a negros designios de parte de sus detractores. Entonces el único escenario propuesto para este desastre seguro es cruzarse de brazos e ignorar, en una negación de la realidad absoluta, los cambios del mundo, incluidos  los descubrimientos científicos. Esto es excesivo, ¡y por lo menos contraproducente! Pero no pasará nada mejor en tanto no se admitan errores y errares del pasado, y no se esbocen líneas de investigación para el futuro. Porque el psicoanálisis tiene un futuro, y un futuro indispensable para nuestras sociedades, a condición de interrumpir el eterno rumiar en el pasado, la repetición de fórmulas que han perdido su eficacia metafórica y la denigración sistemática de todo aquello que proviene de campos de conocimientos conexos.

Me gustaría, por lo tanto, en el marco bien limitado de este texto, esbozar algunas reflexiones, algunas líneas de especulación que conciernen a los tres momentos del psicoanálisis: Primero, evocando algunas razones de su actual decadencia, la crisis de creación resultante, (y que podría llegar a ser saludable, si la aprovechamos para pensar con mayor libertad), y luego el esbozo, e insisto en el término esbozo, de un renacimiento posible.
¡Sin embargo no por eso desconozco el aspecto grandioso de un propósito como éste!
Pero ello no me impide proponer – con toda modestia – un cambio de perspectiva en el abordaje de ciertos conceptos del psicoanálisis que me permite introducir la noción de especie, de la especie humana.
La idea que me preocupa es muy simple: lo esencial de la práctica analítica actual se apoya en teorizaciones elaboradas hace más de un siglo en lo que respecta a los freudianos, y más de cincuenta años, si hablamos de los lacanianos. Todos sabemos que la sociedad ha cambiado, que nuestros saberes se modificaron, a veces se enriquecieron, más allá de cualquier previsión posible de los fundadores del psicoanálisis y que, paralelamente, las prácticas de los analistas han evolucionado. Sin embargo los cambios operados en las prácticas no responden directamente a los avances “científicos”, sino que resultan o bien de coerciones sociales, o bien de convicciones producidas por la experiencia. No obstante, las teorías a las cuales todavía refieren esas prácticas “oficialmente” siguen siendo, como acabo de decirlo, aquellas elaboradas hace por lo menos cincuenta años, cuando no un siglo atrás.
¡Pienso que allí hay un problema!
El psicoanálisis nació en Viena, a finales del siglo XIX. Freud era un espíritu libre, y si bien estaba muy adelantado respecto de las ideas de su tiempo, éstas, transmitidas tal cual, conservan las huellas de su época. Él siempre desconfió de cualquier postura religiosa y dogmática, mostrándose al mismo tiempo intransigente cuando se trataba de defender sus puntos de vista. Nunca tuvo una práctica rígida y en todo momento sostuvo la necesidad de introducir cambios en la teoría, si la experiencia clínica contradecía algún aspecto. Por cierto, podía no estar de acuerdo con algunas exploraciones técnicas, pienso en las de Ferenczi por ejemplo, pero jamás impuso una posición dogmática, ya se tratara del plano teórico o técnico. Mucho tiempo después constatamos la imposición de reglas rígidas y la observancia de rituales en la cura que Freud jamás imaginó. De hecho, el pensamiento de Freud fue simplificado a medida que se dirigía a un público más vasto y que el psicoanálisis invadía la escena pública.
El deslizamiento de la teoría hacia el dogma y de la técnica a reglas cada vez más rígidas se produjo después de la muerte de Freud, en particular a partir de la década de 1960. Sabemos que todo dogma apela a lo religioso y a la sumisión. Así, lo religioso se infiltró subrepticiamente, bajo pretexto de asegurar la enseñanza fiel de aquello que se pretendía tan virulento como la peste.

Ha llegado el momento de volver a ser laicos. El término laico se presta a confusión. Pero que no haya malentendidos: no pienso que deba tratar aquí la diferencia entre psicoanálisis laico, algunas veces llamado análisis profano, análisis ejercido por no-médicos, y aquel que pertenecería por derecho pleno a los médicos. No, definitivamente es su aspecto religioso lo que me interesa discutir.
Y al tomar a Roma como metáfora, no tengo en la mira sólo a la religión católica, aunque sea la dominante, sino a esa actitud impregnada de lo religioso, una manera de pensar que un cierto tipo de análisis hoy vehiculiza con sordina.

La invocación de las “tradiciones” en tanto necesarias para la simbolización es el pretexto más ampliamente utilizado para justificar el recurso sin crítica a los valores más conservadores. La necesidad de volver a encontrar raíces, de hecho justificada por muchos pacientes, no exige por lo mismo el retorno incondicional a los modos de vida y a los valores tradicionales. Ese retorno a las tradiciones al que los analistas se aplican con mano dura con el pretexto de un referente simbólico que devenga cancelatorio, es mucho más la expresión de una inquietud que resulta de urgencias sociales, que una verdadera necesidad inherente a la disciplina.
Ahora, cuando todas las religiones monoteístas resurgen de manera alarmante para cimentar sus comunidades y aislarlas unas de otras, es el momento para que el psicoanálisis se convierta, o vuelva a convertirse, en bastión de un pensamiento libre y valiente.
Posición que hoy está lejos de ocupar en la mayoría de los casos.
Freud era sin lugar a dudas agnóstico, y mucho más valiente frente a las convenciones sociales de su época que muchos analistas de hoy. Después de él, hubo otros analistas, otros descubrimientos, y sobre todo, ya no vivimos en la misma sociedad.
Me propongo dar algunos ejemplos de esos puntos por donde permanecemos atados al pasado, a los dogmas que se perpetúan sin ninguna crítica y, con frecuencia, sin siquiera saberlo. No sólo necesitamos deshacernos de los buenos modales vieneses, sino que además urge librarnos de la adhesión religiosa que se infiltra en las prácticas analíticas bajo un manto de fidelidad a nuestros maestros.
Si fue necesario abandonar Viena a pesar de nuestra admiración por Freud, ¡no vamos entonces a refugiarnos en Roma!
Porque para retenernos en Roma, ¡Lacan hizo lo suyo!

Entre las prácticas que se transmiten sin crítica ni criterio, citaría a modo de ejemplo, la famosa “escansión” de los finales de sesión de los analistas lacanianos.
En 1953, Lacan da un discurso en Roma, “Función y campo de la palabra y del lenguaje”,  considerado como uno de los textos más importantes del dogma lacaniano. No es mi intención comentarlo aquí en profundidad, sólo me sirve para ilustrar las vicisitudes de una transmisión aberrante.
Ya he trabajado ese fragmento en el texto “El vínculo inédito”. Aquí reproduzco entonces un fragmento:

Lacan enumera las funciones del analista: “Testigo invocado de la sinceridad del sujeto, depositario del acta de su discurso, referencia de su exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su testamento, escribano de sus codicilos, el analista tiene algo de escriba. […] Pero sigue siendo ante todo [el analista], el dueño de la verdad de la que ese discurso es el progreso”. Aquí ya no estamos ante una verdad singular de una historia que precisa ser re-encontrada para disipar la mentira o la censura de la historia concreta del paciente, como fue dicho más arriba, sino ante la verdad en sí. Hemos entrado en la religión. Lacan continúa: “La suspensión de la sesión no puede dejar de ser experimentada por el sujeto como una puntuación en su progreso. […] Ese es un hecho que se comprueba holgadamente en la práctica de los textos de las escrituras simbólicas, ya se trate de la Biblia o de los textos canónigos chinos: la ausencia de puntuación es en ellos una fuente de ambigüedad, la puntuación una vez colocada fija el sentido, su cambio lo renueva o lo trastorna, y, si es equivocada, equivale a alterarlo”.
Teóricamente, es correcto, sólo que Lacan hace una terrible confusión entre una experiencia analítica y una experiencia de lectura.

El recurso a textos religiosos, al igual que la terminología empleada, nos sumergen en un baño religioso.
Lamentablemente, este ejemplo no es una excepción. Con frecuencia un corpus teórico está hecho de bloques heterogéneos que intentan establecer un sistema.
En la actualidad, el análisis es el blanco de críticas odiosas, pero el ataque de adversarios no dispensa a los analistas de hacer por sí mismos las críticas necesarias. Es más, si hoy el psicoanálisis es un blanco demasiado fácil, es por no haber hecho las críticas a tiempo y desde el interior. Y la crítica debe hacerse tanto en el plano teórico, como en el plano de la práctica.
Lo más frecuente es que nos falte la teoría de la práctica, que no es lo mismo que la teoría pura. Por su parte, una teoría de la práctica presenta peligros: por lo general se vuelve la puesta a punto de una “técnica” forzosamente rígida… Con toda franqueza, prefiero los tanteos empiristas.
En el ejemplo ya citado se ve con claridad que Lacan no se apoyó en conceptos analíticos para fundar la práctica de la escansión. Es una idea que le vino de otra parte. En tanto idea, era interesante, pero no por ello buena para la práctica analítica, sobre todo si debe aplicarse de manera sistemática y dogmática.

No hay relación teórica.
Muchos analistas, felizmente, ya no están en ese lugar.
Desde hace algunos años observamos una gran inventiva e incluso hallazgos muy interesantes en las intervenciones analíticas, pero la mayoría de esas innovaciones permanecen, en el mejor de los casos poco visibles, si no en la más absoluta clandestinidad. ¿Por qué? Porque hay un hiato entre teoría y práctica. Por otra parte, es más fácil introducir variaciones en la práctica que atacar los monumentos teóricos. No todo lo que comprende una teoría se traduce en una práctica y muchas prácticas no encuentran su justificación en una teoría. Fingimos ignorar este hecho importante. Nos encontramos en una ciencia conjetural, en el dominio de la complejidad.
Es necesario trabajar para que las prácticas psicoanalíticas efectivas abandonen la clandestinidad impuesta por el stablishment analítico, sea cual fuere, y sin tener en cuenta las obediencias teóricas exigidas.
También necesitamos aceptar, incluso afirmar, que no existe una teoría general de la vida psíquica. Y de ahí, aceptar que no hay relación teórica. Así como Lacan ha podido afirmar que no había relación sexual. Entre el hacer y el decir, en psicoanálisis, no hay relación que pueda escribirse de manera unívoca. Enunciar que la verdad sólo puede ser semi-dicha es permanecer aún en el dominio de lo religioso. Cada vez que decimos “LA” verdad, rozamos lo religioso.
Se podría calificar al psicoanálisis “puro” de modelo teórico, una pura especulación que jamás se encuentra en un estado de realización. En tanto tal, es una ficción inaplicable, incluso peligrosa de aplicar. Y como no hay teoría general de la psiquis, dado que cada teoría representa un punto de vista parcial, el psicoanálisis efectivamente practicado no puede ser otra cosa que la realización o una versión local de un punto de vista particular.

Ya decía Freud que el psicoanálisis tenía dos funciones: una terapéutica, la otra civilizadora. El pasaje de una a otra no va de suyo. En la actualidad ambas padecen graves carencias. La función terapéutica es denigrada o negada en el discurso oficial de los partidarios de un psicoanálisis “puro” que estaría, de alguna manera, absuelto del deber de curar. ¿De dónde viene ese discurso de pureza y de no compromiso? Sin embargo, visto de cerca, el psicoanálisis efectivo tiene una gran vitalidad, y quien dice vitalidad, dice fuerte inventiva puesta al servicio del paciente. Sólo que la inventiva queda al margen de las teorías marco… En cuanto a la función civilizadora, tiende a sostener los discursos más conservadores y a refugiarse en la nostalgia de tiempos pasados.

Y sin embargo, después de Freud hemos hecho progresos importantes en cuanto a nuestras capacidades terapéuticas. Los analistas anglosajones, para quienes la función curativa del psicoanálisis ha sido siempre de capital importancia, tuvieron a este respecto una posición más pragmática que los franceses. Esta constatación no concierne sólo a los lacanianos. Alguien como André Green en uno de sus últimos libros, una suerte de equivalente del Abregé de Freud, que se llama Ideas directrices para un psicoanálisis contemporáneo aconseja a los institutos de formación enseñarles “también” la psicoterapia a los jóvenes analistas… ¡¡¡dando por sabido que un analista que sólo contara con su formación no podría ser terapeuta!!! Tal vez estamos soñando… Y sin embargo él lo dice con mucha honestidad: “Ya he subrayado que una proporción importante de psicoterapias estaba constituida por fracasos o éxitos parciales de tratamientos psicoanalíticos”.
Las posiciones pontificales del psicoanálisis que sanciona las normas de un análisis puro y didáctico son ampliamente responsables de esos fracasos. Aquello que André Green llama psicoterapia con frecuencia no es nada más que un análisis que por fin se pone al servicio del paciente, mientras que el análisis pontifical requiere que el paciente se someta a sus exigencias dogmáticas.
En lo que concierne a la función civilizadora del psicoanálisis, en el espíritu de Freud significaba que el análisis debía permitir a los pacientes componer sus conflictos pulsionales, sublimándolos en favor de la vida y en investiduras superiores. Freud decía bien claro que el psicoanálisis no era una Weltanschauung, algo que ciertos analistas parecen haber olvidado en la actualidad. Imparten generosamente lecciones públicas acerca de cómo vivir y cómo pensar el mundo, en lugar de consagrarse un poco más a sus pacientes, que, mientras tanto, ¡no van todo lo bien que el renombre mediático de sus analistas podría hacernos creer!

Decadencia
Sin embargo, poco a poco esas prácticas de pura imitación se atenúan en un buen número de analistas, lo que profundiza todavía más el hiato entre prácticas y referencias teóricas.
Una cultura del comentario reemplaza el verdadero debate de ideas y de producción de conceptos en relación con la clínica contemporánea. Ya no se leen los grandes textos, los jóvenes analistas reproducen el saber de sus profesores y pequeños amos. Se lee a los epígonos, los comentadores, los universitarios. Es más fácil, porque a nadie se le ocurriría quitarles su lugar, ya que sólo están ahí para transmitir información; no son responsables. Georg Steiner ya se ha quejado por lo mismo a propósito de un dominio bien diferente, el de la literatura. El fenómeno no es específico del psicoanálisis. Vivimos en la era del comentario, que podría resultar instructivo a condición de que sea una apertura hacia la creación, lo que no es el caso. El comentario viene en lugar de la reflexión personal y del cuestionamiento radical frente a la clínica.

Un desajuste cada vez más grande se instala entonces entre la libertad en la práctica cotidiana de los analistas –libertad que los pacientes, que se han vuelto menos dóciles, les obligan a aceptar– y la repetición y el conformismo de los discursos teóricos de referencia. Ese desajuste creciente me parece que es uno de los signos de la decadencia en curso, porque no alcanza con constatar el vigor de las prácticas innovadoras y libres para hacer que viva una disciplina, si ésta no se sostiene o no está acompañada por una investigación teórica que vaya en el mismo sentido.
La crisis que atraviesa al psicoanálisis se explica por múltiples factores heterogéneos. De manera esquemática, desde un comienzo podemos distinguir las dificultades externas y sociales con que se topa el ejercicio del psicoanálisis, de la crisis interna al psicoanálisis, manifestada por la pobreza de investigaciones fundamentales en su dominio.
Las dificultades externas son sociales y políticas. No son justamente magras y su influencia en los cambios observados en la práctica no debe subestimarse. En el marco de esta exposición, me limitaré a una breve enumeración. Distingo tres tipos:
En primer lugar, las dificultades financieras de los pacientes limitan en gran medida la posibilidad de hacer más de una sesión por semana, y esto a pesar de los honorarios a veces muy bajos que hoy proponen muchos de los jóvenes analistas. La crisis económica y el desempleo no son abstracciones. Por otra parte, los analistas en su gran mayoría han sido condicionados para sobrestimar la importancia del pago en el análisis. Pocos osan aceptar pacientes en su consultorio privado sin cobrarles nada de nada; prefieren esperar que salgan de sus dificultades financieras. Muchos menos todavía se animan hacer un análisis completamente gratuito, sin desvalorizarlo ni desvalorizarse a sí mismos. Más bien intentan recurrir a las instituciones. Aún queda mucho trabajo por delante para lograr “demostrar” que la relación entre pago y proceso analítico es puramente contingente y que se trata de una falsa necesidad. Esto último se debe al hecho de que el analista debe ganarse la vida, lo que se desprende de una lógica completamente diferente.
Todavía quedan analistas que siguen fomentando la creencia de que cuanto más caro es el análisis, mejor es, ¡estafa intelectual que el público cree cada vez menos! Y aquí hay un verdadero problema, porque el abanico de la población que recurre a los psicoanalistas es cada vez más amplio. Incluso si no piden “psicoanálisis” y cada vez más una “terapia”. ¿Pero podemos decir de antemano hacia qué nos encaminamos con un paciente? Un análisis deviene, no es previsible aun si se respetan todas las reglas. Por otra parte, todos los analistas lo constatan, el número de sesiones semanales tiende a disminuir.
Mirándolo más de cerca, es forzoso constatar que el pasaje a una sesión por semana, o como máximo dos, no puede explicarse sólo por cuestiones económicas, aunque éstas hayan sido el origen de ese cambio de hábito. Porque de lo que se trata es de un cambio de hábito. Incluso las personas que tienen recursos financieros para pagar tres sesiones semanales se rehúsan a ir más de dos veces. ¿Hábito? Al cual se le agrega la precariedad del trabajo, la angustia de perderlo, la vida difícil en las grandes aglomeraciones… todo esto converge en el cambio.
El pretexto invocado por lo general –más allá del dinero– es la falta de tiempo. También veo cierta falta de entusiasmo, inclusive falta de confianza para comprometerse totalmente en una empresa que cada vez tiene más mala prensa. Lo que me impacta es que incluso los jóvenes analistas, –tengo algunos en supervisión– ya no osan encarar ni proponer un trabajo analítico intensivo, aun cuando no existen obstáculos materiales. Parece que ellos mismos ya no consideran indispensable frecuentar más asiduamente el diván. De ahí a decir que los analistas ya no creen como antes no hay más que un paso…
Entre ellos, quienes padecen los controles institucionales –obligatorios en ciertas instituciones analíticas– constituyen evidentemente la excepción, ¡y con razón! Muchas veces, el joven analista se ve obligado a “inventar” sesiones suplementarias o a obligar a sus pacientes a concurrir tres veces por semana, forzándolo para así satisfacer a su controlador en la supervisión , pero jamás por convicción personal. En esos casos pude observar que a partir de que esa obligación institucional deja de existir, porque el control llega a su fin, el ritmo de sesiones cambia… y oh, escándalo, ¡¡el paciente incluso empieza a mejorar!! Sin duda, porque el analista recupera su espacio propio y ya no está bajo vigilancia… Pero éstas son historias que todo el mundo conoce. Sólo que es tiempo de decirlo públicamente.

En segundo lugar, el psicoanálisis sufre un baja de confianza, en gran parte alimentada por la guerra con las terapias breves y la escalada en potencia de las TCC.*
En efecto, el conductismo y el cognitivismo ganan terreno en su lucha de poder contra el psicoanálisis, sobre todo en las instituciones. Frente a sus conquistas, los analistas, cualesquiera sean sus tendencias, adoptan posiciones mayoritariamente defensivas y de respuesta. ¡Eso es signo de debilidad!
Las TTC pretenden sostenerse mayormente en los últimos descubrimientos de las neurociencias, lo que está lejos de ser válido. Diría que al contrario, conocí entre investigadores en neurociencias, así como entre biólogos, personas muy interesadas en las hipótesis freudianas. Pocos son los analistas que se toman la molestia de dialogar con los partidarios de las ciencias naturales. Volveré sobre esta cuestión más adelante, porque me parece muy importante.

En tercer lugar, nacen nuevas dificultades desde que los poderes públicos (en Francia) decidieron reglamentar la profesión y exigirles a los profesionales garantías de su formación. Estallaron nuevas guerras, en parte debido a las luchas de poder entre asociaciones analíticas en su deseo de reconocimiento por parte del Estado. ¡Triste deseo, lamentable reconocimiento! Las consecuencias se manifiestan en un endurecimiento del conservadurismo en la formación de analistas en capillas que desde ya son más que conformistas. Endurecimiento tanto mayor, puesto que se funda en la mentira. Como acabo de decirlo, los jóvenes analistas se ven obligados a contorsionarse para dar con el analizante ideal que responda al control exigido en la supervisión. De esta manera se los empuja a mentir.
Éste fue el caso de las asociaciones de la IPA; pero hoy algunas asociaciones lacanianas, al haber cumplido ya sus años, están a la búsqueda de respetabilidad y se alinean sobre los criterios de la IPA, alineamiento tanto más visible por cuanto el Estado exige garantías.

En cuarto lugar, el psicoanálisis en gran medida se ha desentendido de la locura, lo que constituye el abandono de un territorio de investigación y de curas muy importante. A ojos del público, el psicoanálisis presenta una tendencia a convertirse en terapia de los moretones del alma. Terapia compasiva, terapia de traumas, de niños golpeados, de parejas en crisis, de problemas cotidianos. No hay por dónde desviarse de la infelicidad cotidiana, ¡pero la locura es aún otra cosa! Con todo, esto no refleja la realidad. Hay una paradoja entre la imagen pública del trabajo de los analistas y las demandas recibidas.
Porque cada vez más pacientes borderlines, e incluso psicóticos, se dirigen o son dirigidos a psicoanalistas y, hecho notable: a analistas no médicos. Será por falta de instituciones, falta de dinero en la esfera pública, o falta de confianza en la medicina dura. Y constatación paradojal: más los médicos recetan y más resulta manifiesta en los “usuarios” de la medicina la demanda de hablar.
Y otro elemento nuevo: se ha comenzado a recibir demandas de análisis de pacientes que accedieron a terapias conductistas. Quienes defienden estas técnicas inscribieron esas terapias en la estadística como successfull stories, ya que los pacientes eran dados de alta después de un lapso bastante breve. Pero entonces se constata que luego de un mejoramiento momentáneo del síntoma, incluso de un mejoramiento durable, esos pacientes no quedan satisfechos, como sea siguen buscando algo más, quieren hablar y disponer de un tiempo más largo de relación terapéutica. La brevedad de las terapias conductistas y la omisión de pedidos ulteriores dirigidos a otros terapeutas, todo eso alimenta las falsas estadísticas. Aún más cuando las instituciones del Estado están –en lo que respecta a Francia– en un grado de  descomposición avanzado. Con mucha frecuencia se deja a los locos en la calle, luego de estadías cada vez más cortas por falta de medios. ¡¡Los partidarios de las TCC no llevan adelante terapias a largo plazo y pretenden curar los síntomas muy rápido!! Aquellos que no se “curan”, ya sea por vía médica o en terapias breves, ¡vuelven a ver a los psicoanalistas! Ya fuera de las estadísticas optimistas de estos nuevos maestros, los pacientes encuentran su camino con terapeutas más discretos. Los analistas –y no necesariamente los más famosos–  como un ejército de sombras hacen en esos casos un trabajo notable, pero de eso no se habla. Y no es un puro azar si no pertenecen al stablishment mediático. Ya no podemos contar con el impulso de discursos triunfalistas, quizá porque carecemos de una teoría convincente y unívoca que sostenga esas prácticas valientes y discretas, y porque la “teoría francesa” oficial ya no recoge la adhesión incondicional de los jóvenes analistas. ¡Ni siquiera la “forclusión del nombre del padre” es suficiente para alimentar al terapeuta! Entonces ‘se’ hace como se puede, en una casi clandestinidad.
Debo agregar a este cuadro sombrío un complemento más optimista: existe (sólo puedo hablar de la situación en Francia) una cantidad de pequeños grupos que trabajan sobre la psicosis y con psicóticos, y esto con entusiasmo y una verdadera sed de aprender. Allí encontramos un gran interés por todo lo que ayude a salir del ghetto lacaniano. También buscan por otros lados, entre los anglosajones, entre algunos analistas italianos o suizos, y no rechazan el diálogo con artistas u otros investigadores, incluidos quienes provienen de las neurociencias y no encuentran espacio suficiente para pensar en su propio dominio.

A excepción de esos pequeños grupos, el grueso de las tropas, que lamentablemente es lo más visible en los medios de comunicación, parece concentrar su energía en “defender” el psicoanálisis y los dogmas de sus escuelas, en vez de crear, innovar, refundar en la plaza pública.
Esto se contradice con la amplitud de la existencia mundana del psicoanálisis. Los analistas están en todos lados: en los debates sobre películas, literatura, política, en la TV, ¿y qué dicen? Mundanidades que por lo general aluden a Lacan y que tienen a la RSI como referencia. ¡Ah, qué cómoda y fácil es la trilogía: real-imaginario-simbólico! Con esos tres registros jamás nos quedaremos sin palabras, cubren todo, sirven para todo y antes que nada, para dar consejos y para sostener discursos normativos. La trilogía se convirtió en el fast food del psicoanálisis. Por cierto, ¡Lacan no merecía esto! Pero como no son los mismos analistas quienes hablan en público y quienes innovan en el silencio de sus consultorios, ¿qué hacer?

Crisis

Esas posiciones de autodefensa contra un fondo de mundanidad televisiva son el signo de una crisis no declarada.
Paralelamente, no dejo de sorprenderme cuando constato la falta de cultura y la incomprensión de los psicoanalistas (excepción hecha de esos pequeños grupos que acabo de mencionar) ante los descubrimientos más recientes en biología y en neuro-ciencias, que deberían interesarnos en primer lugar.
Es importante distinguir las neurociencias, en tanto investigación fundamental, de las conductistas y cognitivistas, y de todos aquellos que quieren evaluar, medir, testear, regentear al ser humano. El psicoanálisis puede enriquecerse utilizando los descubrimientos de las neurociencias, que en gran medida validan los descubrimientos freudianos y nos proveen de herramientas para pensar los fenómenos de la memoria, tan importantes para el psicoanálisis. El mismo Freud, sin duda, estuvo interesado en descubrir una base biológica en sus hipótesis, sin que ello implicara el abandono de los conceptos específicos del campo psicoanalítico, tales como el inconsciente y la transferencia.
A modo de ejemplo, comprensible para todos, puedo citar la importante obra de Jean Claude Ameisen: La sculpture du vivant (La escultura de lo viviente*), en donde la especulación freudiana acerca de la pulsión de muerte se encuentra confirmada por uno de los inmunólogos más eminentes, al destacar la necesidad del suicidio de las células para la continuación de la vida… Es evidente, como lo hace notar Ricardo Yleyassoff, que tanto el biólogo como el psicoanalista utilizan metáforas para hablar de lo real. Porque para hablar de lo real, si dejamos de lado el lenguaje matemático, sea uno psicoanalista o biólogo, no hay otra opción que el uso de metáforas.

Por otra parte, investigadores como Antonio Damasio o Gérald Edelman tienen un buen conocimiento de Freud y son interlocutores absolutamente respetables. Ciertos analistas no se mostraron interesados, pero también es cierto que quienes son partidarios de una apertura al diálogo por lo general son mal vistos por la mayoría de los caciques.
En el plano político, fuera de los grupos tradicionalmente comprometidos, los grupos analíticos más visibles defienden posiciones sociales conservadoras. Cómo sorprendernos entonces de asistir a una colusión de hecho con los religiosos (soft) de todos los campos. Pero hay algo más grave todavía: en todas partes, los analistas se expresan acerca de lo social sin tener en cuenta ni la evolución específica de lo social, ni la propia implicación de la práctica analítica. ¡Y así vemos ciertas medidas tomadas por la legislación francesa que en el plano ideológico resultan de avanzada respecto de los psicoanalistas!
Ya sea en el caso de los PACS,* de las adopciones por parte de parejas homosexuales, o más recientemente en la libertad de los padres para elegir darle al niño el apellido de la madre al lado o en lugar del apellido del padre… Escuché decir que eso corría el riesgo de perturbar lo simbólico de la filiación. ¡El analista se siente atacado por la evolución social! Y se encarga de resistirla. ¡Estamos muy lejos de ser la peste!

Crisis de autoridad

En esta dirección, querría extenderme sobre un aspecto en particular: el abordaje de la crisis de autoridad, que con tanta frecuencia es puesta en primer plano. Coincide extrañamente con la crisis del psicoanálisis. El tratamiento de la crisis de autoridad en la sociedad es explicada, si creemos en los analistas, por la decadencia de la autoridad del Padre. Esta decadencia es asimilada lisa y llanamente a la decadencia de “lo simbólico” en sí. Triste espectáculo en que vemos el fin de lo simbólico llorado en los salones parisinos…
En el momento en que comenzaba a preparar esta exposición, y cuando ya había escrito el título, me topé con el último libro de Michel Tort La fin du dogme paternel (El fin del dogma paterno). Encontré en él convergencias de puntos de vista. En efecto, Michel Tort estima que “lo simbólico” se convirtió, al igual que la diferencia sexual, en una nueva institución.

La categoría del Padre aparece solidaria de la ‘crisis’, no sólo de autoridad (problemática que subtiende toda la historia política), sino también de la crisis de las nuevas “instituciones” que recientemente se convirtieron en lo “simbólico”, la “diferencia de los sexos”, cuya suerte es presentada de ahora en más como si estuviera ligada a los infortunios del Padre.

Michel Tort ilustra perfectamente lo que yo entendía por la exportación del discurso mundano del análisis lacaniano llevado a la caricatura.
Cito una vez más:

En el momento en que el Padre pierde sus poderes reales (cfr. la nueva legislación), nunca el poder “psíquico” de los padres ha estado tan exaltado, al menos en Francia. No pasa lo mismo en los países anglosajones, en donde el eje del psicoanálisis es más que nada la relación madre-hijo.

La obra entera impugna lo universal de la función paterna en tanto que única causa de la ley y la subjetivación.
Agrega esto, que concierne a Latinoamérica:
“Porque es singular que esta función universal paterna parezca prevalecer exactamente en los límites de la penetración de la vulgata lacaniana, que cubre aproximadamente los territorios latinizados de la Contra-Reforma (Francia, Alemania y América Latina)…”
Recuerdo que la Contra-Reforma es la reconquista del poder por parte de la iglesia católica romana.
Y más:
“La decadencia del poder social del padre lleva a interrogarse con inquietud acerca de la manera en que, de ahora en más, se puede efectuar la puesta en obra de la función paterna y, a través de ella, la constitución del sujeto.”
Michel Tort ve una influencia, nunca realmente elucidada, de la Iglesia católica en el psicoanálisis lacaniano.
Agrega:
“[…] la pérdida de los poderes reales del Padre es compensada exactamente por la escalada poderosa de la ‘función paterna’, así como la infalibilidad pontifical retornó al Santo Padre el día en que perdió sus territorios y acabó confinado en el espacio simbólico del Vaticano.”

Como decía al principio de esta exposición: es hora de volver a ser laicos…
¿Cómo? Quisiera abordar, entonces , la dirección que podríamos tomar para dejar atrás las posiciones puramente defensivas, incluso religiosas, de un cierto análisis actual.
Frente a la multiplicidad de prácticas psicoanalíticas, o que se reivindican como tales, y a pesar de que sus avances están todavía poco teorizados, sigo siendo decididamente optimista. No queda descartado que el psicoanálisis ya haya iniciado un renacimiento; pero la mayoría de los analistas no se ha dado cuenta al estar más preocupados por mantener idéntico y a la antigua el color de sus moradas obligatorias.

Resistencia

Ha llegado la hora de modificar el recorte del campo del psicoanálisis, en donde podremos conservar los conceptos fundamentales, a condición de colocarlos en perspectiva. El Renacimiento descubrió la perspectiva, y para el psicoanálisis actual, no se trata nada más ni nada menos que de volver a encontrar el valor significativo de los “puntos de vista”, y por lo tanto admitir la heterogeneidad de los discursos que dan cuenta de la complejidad de las estructuras psíquicas. Estructuras que sólo podemos enfocar y comprender de manera parcial, mientras que las teorías analíticas hasta hoy se han pretendido totalizantes.
Si hay crisis, entonces yo diría enhorabuena, en tanto nos permite salir del impasse actual. Pero no se sale de una crisis ni indemne, ni sin cambios.
¡Muchas veces escuché colegas diciendo que lo que necesitábamos para “salvarnos” es un nuevo maestro! No puedo menos que temblar ante tal infantilismo y ante la falta total de responsabilidad.

¡Creo que podemos esperar algo mejor de una disciplina que ha acumulado tanta experiencia y conocimientos adquiridos a lo largo de cien años! A condición, por supuesto, de que se sepa deshacer de su grandilocuencia y reconozca sus ilusiones de juventud.
Además de esto, ¡no podemos olvidar que el psicoanálisis está cercado por enemigos! Ya que al otro extremo nos esperan los positivistas norteamericanos que quieren medir, validar, verificar el psicoanálisis y sus efectos.
Sin embargo, es importante resistir porque no alcanza con reconocer los errores propios ante adversarios de mala fe.
¿Y cómo se resiste? Creando. Todo acto de creación es un acto de resistencia, decía Gilles Deleuze, estableciendo la diferencia entre tener una idea, y comunicar.
“Una información es un conjunto de órdenes. Cuando se informa, se dice aquello que se supone que debemos creer. En otros términos, informar es hacer circular una orden.”
Tener una idea no pertenece al orden de la comunicación, y aquí está el nudo del problema ya mencionado: en la era del comentario, la información es retenida por una jerarquía de notables que acaparan la legitimidad de la transmisión de saberes. Otra cosa sería la disposición que exige la recepción de “ideas”, que requiere coraje, sobre todo cuando esas ideas no entran en ningún sistema conocido. En el caso de Lacan, tomo ideas suyas, lo cito cuando puedo, porque tenía excelentes ideas, puntos de vista de una gran riqueza. Pero dejo de lado el sistema, lo que evita la sumisión que todo sistema demanda para funcionar. Me parece que este es el mínimo de responsabilidad exigible ante las jóvenes generaciones de analistas.
Nunca nos preguntaremos lo suficiente qué órdenes estarán circulando en silencio y nos infectan sin darnos cuenta. En cuanto a mí, deseo que en la era de la informática no confundamos información e ideas. Nuestras chances para el renacimiento del psicoanálisis consisten en la producción y recepción de ideas, y en tener coraje para darles existencia y consistencia en nuestra práctica, sin por ello lanzarnos en una carrera de comunicados de prensa, ni pasar la gorra delante de las vidrieras de los medios.

Renacimiento

Para que haya un esbozo de renacimiento, convendría entonces reposicionar un cierto número de conceptos. Entonces avanzo con pies de paloma para proponer algunas ideas modestas y fuera de todo sistema.
Entre tantas otras, dos vías se ofrecen a nuestras exploraciones:
La primera nos invita a repensar la relación “naturaleza-cultura” y a integrar de una manera específica las investigaciones de las ciencias naturales en el dominio del psicoanálisis; la segunda consistiría en entrar verdaderamente en la era de la complejidad. Esto supone el fin de la guerra entre clanes, única manera que permitiría poner en perspectiva las diferentes teorías analíticas. Tanto una como la otra convergen en la búsqueda de un nivel de reflexión más universal. Esto demandaría, entre otras cosas, el recurso a algunos conceptos fundamentales suplementarios, que están por encima de las teorías locales existentes, y que referirían directamente a la especie humana. El recurso a este nivel de base debería respetar los lugares de inserción y la importancia de los modelos culturales que diferencian y singularizan esas tendencias generales de la “naturaleza humana”. Dicho de otro modo, las invariantes antropológicas deberían ser más visibles, lo que no carece de interés ahora que las culturas se interpenetran, y se disgregan al mismo tiempo de manera muy rápida. Recuerdo también, que a pesar de su aparente decadencia, el psicoanálisis está llamado cada vez más a convertirse en una modalidad terapéutica más allá de las fronteras de la cultura occidental; pienso especialmente en China e India.

Interludio: El útero artificial
Antes de continuar con mi propuesta, debo hacer un paréntesis para situar mejor el argumento que viene después. Me quiero referir al libro de Henri Atlan llamado L’Utérus artificiel o U. A.  Henri Atlan es biólogo, médico y ensayista. También ha trabajado sobre las teorías de la complejidad. Con seguridad, muchos habrán leído Con razón o sin ella, o Entre el cristal y el humo, o incluso, Les étincelles du Hasard (Los destellos del azar). (¡¡Tiene títulos hermosos!!) Muy apasionado en sus estudios talmúdicos, Henri Atlan forma parte del comité consultivo nacional para las ciencias de la vida y la salud. En otras palabras, bioética. Es alguien a quien yo admiro mucho, pienso que es uno de los grandes pensadores contemporáneos. Por eso me precipité a leer su última obra, segura de que él podía ofrecer algunas ideas bien pensadas.
Atlan se interroga, justamente, acerca de los problemas que planteará tarde o temprano la evolución de la especie a causa de la separación cada vez más radical entre sexualidad y procreación. Piensa que en un futuro próximo, que sitúa de aquí a diez o cincuenta años –pero más cerca de los diez– los biólogos habrán perfeccionado la posibilidad de una procreación enteramente externa al cuerpo de la mujer. Una vez conseguido esto, será difícil evitar que se recurra a una procreación independiente del vientre de la mujer, aunque las leyes enmarquen severamente ese recurso. La procreación y la génesis enteramente extrauterina se llama exogénesis. La fecundación extrauterina ya es practicada ampliamente en los países desarrollados, así como la maduración de los prematuros en una incubadora. En la actualidad, se trata de encontrar el medio para el desarrollo completo del embrión en un útero artificial. Por el momento, todavía es necesario pasar por un vientre portador. Henri Atlan piensa que tarde o temprano la gestación extracorporal podrá convertirse en la norma y seguir siendo al mismo tiempo una elección ideológica, estética y afectiva. Él discute los problemas éticos y sociales, pero no excluye para nada la probabilidad de recurrir a ese modo de reproducción en un futuro no tan lejano. No voy a hacer un resumen de todas sus preguntas, pero dice esto: sea cual fuere el modo reproductivo, ya se trate de un niño nacido del encuentro entre un espermatozoide y un óvulo, o de una clonación, el niño que salga de un UA será un ser humano completo. “La esencia humana no cambiará por eso…” Alude, dado que esas cuestiones son debatidas en los comités de ética, a un proyecto de ley que estigmatiza tales modalidades de procreación en tanto crímenes contra la especie, pero al mismo tiempo discute ese punto de vista que peca de simplismo. Lo que más choca en la imaginación, y con justa razón, es que un niño nacido de un UA no tendrá ombligo. Ahí verdaderamente hay una intervención en la especie. Henry Atlan insiste en que todas las especies están destinadas al cambio, incluida la nuestra, puesto que ya ha cambiado mucho en el transcurso de las diferentes eras. La diferencia es que asistimos en este momento a una novedad: en efecto, es la primera vez que el cambio de una especie, que normalmente es un proceso lento y por eso escapa a la observación, se acelera de esta manera. Además de que – Por no mencionar que la disociación entre sexo y procreación, es una asimetría inmemorial que desaparecerá, ya que hombres y mujeres serán iguales ante la obligación que impone la reproducción de la especie. Atlan se pregunta a partir de ahí qué conformará los géneros masculino y femenino, constatando al mismo tiempo que las relaciones de parentesco paradójicamente serán cada vez más sociales, a medida que sean cada vez menos biológicas. Bien, es una problemática por completo nueva, ¡incluso si parece deducirse de la ciencia ficción! Mientras tanto, señala Atlan, sólo los mitos previeron relaciones de parentesco y reproducciones tan extraordinarias.

Luego de este desvío, retomo el hilo de mi argumentación que concierne al enfoque analítico de nociones directamente ligadas a la especie.

Relación naturaleza/cultura

Cuando se alude a la oposición naturaleza/cultura, clásicamente se entiende una dicotomía que opone una categoría de existentes, los seres humanos, que pertenecen a la cultura, al resto de existentes, los no-humanos, ya sean animales, plantas, etc., que pertenecerían a la naturaleza.
Pero a partir del momento en que se refiere al ser humano en tanto que simple existente de una especie, así sea la humana, se borra la barrera tradicional de la antropología estructural entre naturaleza y cultura, y lo humano corre el riesgo de tambalear –al menos en parte– y pasar del lado de la naturaleza.
Hablar en términos de especie, en psicoanálisis, está particularmente mal visto. Los analistas, y en general los intelectuales franceses, desde siempre han manifestado desconfianza de todo aquello que pudiera referir al concepto de naturaleza.
Esto tiene su historia.
Veo allí dos orígenes muy diferentes.
El primero nos llega de la antropología estructural.
Lévy-Strauss, para establecer su sistema de parentesco que está en la base de los análisis antropológicos estructuralistas, debió separarlo tanto como fuera posible de todo parentesco de orden “natural”. (Creeme que de la otra manera queda horrible) Para descubrir o construir los sistemas de parentesco simbólico, era necesario que ningún lazo natural obstaculizara los fundamentos de esas clasificaciones. El intercambio de mujeres ocurría entre los hombres, lo que por cierto ya es recurrir a una diferencia “natural”, pero a continuación las leyes que regían la diferencia de sexos y de generaciones se sostenían lo menos posible en lazos naturales. Françoise Hétirier, que sucedió a Lévy-Strauss en la cátedra de antropología, derribó el tabú al introducir la temática del incesto por vía de la madre y el hecho de compartir el útero, sin por ello abandonar el enfoque estructuralista.
Más nos alejamos de este sistema, aunque haya sido matizado por el reconocimiento del incesto uterino, más se plantea la necesidad de repensar la cuestión de los fundamentos y de lo fundamental de los lazos entre seres humanos.
Lacan, como la mayoría de los intelectuales de toda esa época, estuvo fuertemente influenciado por Claude Lévy-Strauss. Es una de las principales razones de su desconfianza respecto de cualquier referencia a nociones producidas por las ciencias naturales. Sin duda es éste el lugar adjudicado a lo Real en su trilogía RSI: debía encargarse de la parte maldita de la animalidad humana.
El segundo origen de esta desconfianza de la “naturaleza” es aún más fuerte: es el recuerdo de la eugenesia nazi junto al cortejo funesto de experimentos con seres humanos, con el deseo confesado de intervenir en el mejoramiento de la especie. Entendemos que está bien fundado el temor a cualquier enfoque que introduzca el concepto de naturaleza en nuestros debates, y al diálogo con investigadores provenientes de las ciencias naturales. A pesar de todo esto, hoy me parece fundamental no eludir más esta cuestión. Necesitamos tener la audacia de introducir el concepto de naturaleza en nuestros debates y dialogar con investigadores de las ciencias naturales.
Veo al menos dos razones para poner en el banquillo de los acusados a la vieja oposición naturaleza/cultura, y cuestionar el concepto de especie humana.
La primera razón se relaciona directamente con el cuerpo del hombre.
La “naturaleza” del cuerpo humano comprende desde hace un cierto tiempo apéndices no humanos; esos apéndices serán cada vez más numerosos y vitales en tanto anexos producidos por la tecnología. El cuerpo erógeno del hombre ya no se limita a su cuerpo “original”. Recurrir a los factores constitutivos tan importantes para Freud es, en este caso, insuficiente.
Además, como acabamos de ver a partir del ejemplo de Henri Atlan, deberemos considerar tarde o temprano que los individuos reproducidos por exogénesis, nacidos de una gestación completa y externa al vientre materno son parte de la naturaleza humana!
Pertenecerán, por lo tanto, a la naturaleza humana y al cuerpo erógeno, los compuestos de elementos orgánicos e inorgánicos de cualquier especie que pasarán a formar parte de nuestro organismo y de nuestra “naturaleza”.
La segunda razón es más bien de orden especulativo: toda investigación que concierna a lo viviente consiste en deducir o des-enterrar, a partir de la “naturaleza”, –reservorio de lo desconocido que pertenece al mundo de fisicalidad –, entidades que podrán convertirse en “entidades psíquicas” y ocupar un lugar en el universo de la interioridad humana. Por eso, esas deducciones hechas a partir de un espacio físico para ser integrados como entidades en el espacio de la vida psíquica se volcarán inevitablemente hacia el mundo de la cultura, como es el caso de cualquier entidad que provenga de la vida psíquica, es decir, de la interioridad humana. Sabiendo que la noción misma de “naturaleza” es una construcción que realiza una cultura en un momento dado de su historia. Y que el concepto de naturaleza es en sí mismo una visión específica de la cosmogonía “naturalista” propia del pensamiento occidental, por oposición a la cosmogonía analógica, totémica o animista. Aquí refiero a la obra de Philippe Descola: Par delà Nature et Cultura.

¿Y esto en qué medida atañe al psicoanálisis? Primero, para abordar a las personas y las patologías resultantes de otras culturas diferentes de la nuestra, pero también, y agregaría sobre todo, para abrir nuevos nichos de investigación en nuestra disciplina.
Como ya he dicho, los psicoanalistas desperdician su tiempo más lúcido en comentar textos viejos y asistimos hoy a una verdadera cultura del comentario. El psicoanálisis trabaja cada vez menos en su terreno. Basta con mirar los contenidos de las conferencias así llamadas psicoanalíticas. Más y más comentarios de libros, menos y menos aportes y productos que resulten directamente de lo humano, que es nuestro “terreno”. Sin contar la rareza, sobre todo en la tradición francesa, de las monografías detalladas propuestas a la discusión.

El psicoanálisis ya no produce lo nuevo en el sentido de una investigación fundamental. ¿Debemos por lo tanto concluir que el inventario está cerrado? Nosotros ya no “descubrimos” fenómenos ni acontecimientos psíquicos nuevos. Trabajar sobre el terreno significa que tenemos que continuar la obra freudiana que consiste en deducir de la “naturaleza” los elementos a ser integrados a la cultura al convertirse en “nuestros objetos” de conocimiento de la vida del alma. Se tendrán por lo tanto que “naturalizar” (es una paradoja, porque deberíamos decir culturalizar) los elementos, que, hasta el presente, formaban parte de una naturaleza invisible y muda. Será cuestión de desenterrar modalidades de relaciones y de sentires cuya conceptualización pasará a formar parte integrante de nuestra cultura y de nuestro saber.

Globalmente se tratará de volver inteligibles nuevos espacios de interacción humana aún no identificados por el psicoanálisis como parte de su territorio específico. A lo que habría que agregar el trabajo psíquico nuevo que exigen las nuevas técnicas de naturalización por el organismo humano de elementos extraños, orgánicos o no, así como las nuevas formas de estar juntos que esto engendra. No sólo hay posiciones éticas frente a estas cuestiones, sino que también está el trabajo psíquico inédito, junto con las producciones de inconsciente que ello implica y que todavía no conocemos. Porque no olvidemos que el inconsciente posee esta doble figura: por un lado, es el “caldero” de las pulsiones, que parecen ser las mismas a través de los tiempos, y por el otro, es una producción de la conciencia, que está sometida a todas las “modernidades”.

Tomo como ejemplo el sueño, que desde siempre fue un proceso “natural” y conocido, tanto como lo es el dormir, por otra parte. Aunque desde tiempos inmemoriales los seres humanos le hayan consagrado un lugar de preferencia en sus escritos, fue Freud quien lo diferenció de su fenomenología natural para integrarlo a la cultura. No sólo en tanto que conocimiento, sino en tanto que actividad significante de la interioridad humana. Y de un acontecimiento psíquico así fuertemente diferenciado, él extrajo conceptos. Dicho de otro modo: ¡a partir de un real, ha fabricado ficción! Ahora bien, es justo eso lo que nosotros ya no hacemos, como si para el psicoanálisis el inventario de “culturizaciones” estuviese clausurado.
Sostengo que hay un campo aún inexplorado y que nosotros podemos investigar, un campo que por el momento es de la “naturaleza”, y además una naturaleza silenciosa, ya que apenas se la nombra, y que ese campo deberá ser incluido en nuestro saber en tanto que espacio psíquico… Ese campo es el espacio de la especie humana que yo llamo el intervalo de la especie. El espacio del “entre” seres humanos. No estoy hablando de sociología, ¡sigo estando en el intervalo de los cuerpos! No es un espacio vacío entre individuos que se hablan. Es un espacio “habitado” cuyos elementos no son todavía reconocidos, no son ni extraídos ni individualizados. Estamos bien lejos de haber hecho el recorrido completo por los saberes posibles acerca de las interacciones y las implicaciones de las actividades inconscientes de nuestras psiquis, el espacio del bios humano. Hay pocos –o directamente no hay– conceptos analíticos que refieran a la dinámica de ese intervalo.

Puesta en perspectiva

Para que se entienda mejor la necesidad de la co-existencia de una pluralidad de “puntos de vista” sin que por ello todo se vuelva confuso, propongo – arriesgándome a aburrirlos un poco – un vuelo rápido, y evidentemente muy esquemático, sobre las tendencias teóricas existentes.
Lo mínimo que podemos decir es que vemos hoy dos grandes líneas que coexisten en el psicoanálisis contemporáneo. A partir de ellas, otras dos direcciones de pensamiento se han diferenciado.

La primera es la línea intra-psíquica, cuyo prototipo es el Yo* freudiano, lugar del conflicto de las pulsiones. La segunda el la línea inter-psíquica. Esta última se centra en la relación de objeto, iniciada por Ferenczi, y luego continuada por Balint, Winnicott, Bion y los inter-subjetivistas.
Dos “aberturas” tuvieron lugar a partir de estas dos líneas:
Jaques Lacan intentó, a partir de la tópica freudiana –estructura psíquica cerrada sobre sí misma–, una abertura hacia la horizontalidad de lo trans-individual y de la cadena significante. Lo cito: “El inconsciente es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta en la disposición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso consciente”.  Sin embargo, como en Freud, la transferencia para Lacan presenta una dominante “paterna” por el lugar central conferido al simbólico que se confunde con una visión “papal” del mundo. Lacan ha intentado abrir el concepto de inconsciente que deviene colectivo por el hecho de la prevalencia del lenguaje.
Nicolas Abraham y Maria Torok han intentado otra “abertura” hacia la verticalidad de la transmisión trans-generacional. Ésta supone la circulación de fragmentos a-semánticos inconscientemente transmitidos de generación en generación. Sin embargo, Abraham y Torok hacen prevalecer la transferencia materna, donde la influencia ferencziana es patente.
Ellos representan la otra tentativa para sobrepasar el punto de vista estrictamente inter-psíquico el puro inter-psíquico madre-niño.
André Green, con toda intención, les ha dado a esas líneas el nombre de subjetal y objetal. Hace notar que los partidarios de la relación de objeto no dicen con qué está en relación el objeto. Con el Yo, responde Green, que prefiere hacer pivotar el análisis sobre una entidad de base que sería un objeto-pulsión, lo que no deja de tener interés.
Cada una de estas teorías ha dado lugar a una concepción diferente del Yo. Y podemos considerar que toda teoría del Yo funciona como un revelador de su época.
Esto tiene una importancia capital porque las culturas se determinan por el lugar que le acuerdan al yo, y por lo tanto por aquello que representa la interioridad del ser humano en su relación con otros seres humanos, así como con el mundo de entidades animadas e inanimadas. Podemos decir que revela la relación del hombre con la naturaleza y con su lugar en la sociedad.

Variaciones sobre el concepto del Yo.

El lugar del Yo es, por otra parte, central en la evolución de la teoría analítica. No olvidemos que la “revolución” psicoanalítica –al igual que la revolución copernicana y la darwiniana– consistió en el “descubrimiento” de Freud: debido al inconsciente, el Yo no era amo de su morada. La concepción del Yo es significativa y distintiva según las corrientes analíticas. Si bien todos los analistas acuerdan acerca del hecho inconsciente, no todos le otorgan el mismo tenor. Justamente debido a una divergencia en torno a la concepción del Yo, Lacan rompe filas con Löwenstein, Kriss y Hartmann.
En la teoría freudiana, el Yo es el mediador entre la naturaleza –aquí, las pulsiomes– y la cultura, cuyo representante sería el superyó.
En las neurociencias, la cuestión se plantea de la manera siguiente: ¿cómo el cerebro puede pensarse a sí mismo? ¿Cómo identificar las estructuras del sistema nervioso que están implicadas en la conciencia de ser sí mismo? Esos trabajos han confirmado la diferencia entre las nociones de un Yo consciente y de un Yo inconsciente.
Con toda evidencia, cada punto de vista no abarca exactamente las mismas entidades, pero sería vano pretender que tratan de entidades totalmente diferentes y que nada tienen que ver con nuestras propias preguntas.
Como acabamos de recordar, el Yo freudiano es intra-psíquico. Es un puro concepto. No es un elemento que se deduzca a partir de una observación. Sólo se sostiene en relación con otros dos conceptos, el ello y el superyó, animando un campo de fuerzas ejercido sobre él.
El Yo lacaniano es especular: no es del todo intra-psíquico ni enteramente inter-psíquico. Lacan parte de la observación del niño que, en un momento crucial de su desarrollo, (estadio del espejo) se reconoce en el espejo. Hay que agregar esto: Lacan parte de la observación del niño… ¡en brazos de su madre! Luego, en un segundo momento, utiliza esta observación para construir un dispositivo óptico. Contrariamente a lo que pasa con el Yo freudiano, desde un comienzo, no estamos en este caso ante la presencia un concepto, sino de una metáfora. Una metáfora cuenta algo. Como se ha visto, Lacan empieza por contar la escena (una metaescena) de la madre y el niño frente al espejo (piensen en el niño Jesús en los brazos de la Virgen bajo la mirada del Dios Padre). Esa escena metafórica será transpuesta en un montaje sacado de la “ciencia” óptica. El Yo de Lacan parte del desarrollo “natural” del niño para volverse una metáfora, dando lugar a un personaje conceptual, el niño del espejo. El Yo pertenece al registro imaginario por oposición al real y al simbólico. Nacido de la observación de un momento de la evolución “natural” del niño, dará nacimiento al sujeto (simbólico) por la intervención de la función paterna y separadora. Ese devenir-sujeto está en el corazón del análisis lacaniano. El sujeto en esta óptica es esencialmente el marcador de un lugar. El estructuralismo viene aquí a imponer la noción de la prevalencia de lo “simbólico” y de la “Verdad” por sobre lo sentido de las formaciones imaginarias y duales.

Muy diferente es el Yo inter-psíquico de los analistas anglosajones que se construye por introyección de elementos del entorno y la identificación con la madre. Para ir rápido, diré que se trata de un Yo afectado por los estados psíquicos del otro, llamado objeto. En gran parte nos llega vía los anglosajones, post kleinianos, como Winnicott y Bion.
Hay además otras concepciones del Yo que no puedo desarrollar aquí, como el Yo-Piel de Anzieu o incluso el Yo-cripta de Maria Torok y Nicolas Abraham, que contiene incorporaciones inconscientes ligadas a traumas transgeneracionales.
A esos diferentes puntos de vista acerca del Yo, quisiera proponer la hipótesis de un Yo-Especie surgido de un espacio particular, el espacio propio de la expresión de las competencias de la especie humana.

La especie humana

Es evidente que el manejo de la transferencia no será el mismo según la concepción del Yo que se contemple.
Para tratar de comprender la complejidad de la interdependencia psíquica que tiene lugar en el curso de un análisis, el analista puede apuntalarse en teorías parciales y a veces divergentes como las que venimos de considerar.
Había hecho, hace ya un tiempo, la distinción entre transferencia y vínculo. (Cfr. “El vínculo inédito”). La transferencia es un concepto psicoanalítico. En el sentido estricto del término, es aquello que se repite o se construye en el espacio analítico, respecto del pasado del analizante. Es un lugar de repetición y de innovación que se revive en la relación con el analista.
El vínculo no es un concepto específico del análisis. Siempre está en presente, pertenece al plano de lo sensible y hace intervenir todas nuestras sensorialidades. Existe a partir del momento en que dos seres humanos entran en contacto. Es siempre actual. No se interpreta, se vive. Puede llegar a su fin junto con el análisis o perdurar como perduran los vínculos que hemos tejido con personas que frecuentamos por cualquier otro tipo de razón. Lo que supuestamente debe terminarse o deshacerse es la transferencia. Por lo menos “idealmente”. Lo que se esfuma con el tiempo, o no, como en la vida, es el vínculo. Es ilusorio y peligrosamente dogmático pretender la “liquidación” total de la transferencia al final de un análisis. No por esto deja de ser cierto que todo análisis se desenvuelve con vistas a una separación posible.
En el vínculo, la extrañeza del otro no refiere a ningún pasado, incluso si cada uno tiene su historia propia que parcialmente ofrece claves para establecer vínculos. Si tomamos la pertenencia a la especie como referente mayor, entonces el vínculo entre analista y analizante permite abordar las vicisitudes de la interdependencia psíquica sin un recurso forzado a construcciones imaginarias de represiones improbables.
He aquí por qué propongo tomar como marco de pensamiento el de las competencias de la especie. ¡Sin por ello hacer a un lado a nuestros “clásicos”!
Teniendo en cuenta esta pluralidad de teorías, nuestro horizonte puede abrirse hacia otras modalidades de trabajo. Nos permitirá aprehender ciertas manifestaciones del vínculo y de la transferencia sin quedar encerrados en la estricta referencia al triángulo edípico, a la escena familiar, incluso cuando se invoquen relaciones transferenciales muy arcaicas. En esas manifestaciones llamadas primitivas, siempre hay un retorno a algunos acontecimientos relativos a la psiquis materna. Ciertos sufrimientos, síntomas, incluso momentos de felicidad, provienen directamente de las competencias de la especie, y esto a partir del momento en que dos seres humanos se hablan o entran en contacto. Se podría evocar a este respecto el espacio del “entre seres humanos”, y en lo que nos concierne, utilizar el intervalo analizante-analista sin proyectar forzosamente ese vínculo sobre un escenario pasado, aunque sepamos que la infancia siempre está presente en cada uno de nosotros.
Soy cada vez más sensible a ciertas transmisiones inconscientes que parecen transportarnos a los umbrales de la adivinación y de la circulación de entidades no discursivas. Ese modo de transmisión no designa la única aptitud del analista para decodificar ciertos elementos preverbales. Lo no verbal no es lo preverbal. Cómo llamar a esas entidades que transitan de uno a otro, en las que el lenguaje interviene, pero no en primer lugar, al contrario, actúa como un amortiguador del pensamiento, de ese tipo de pensamiento. Asistimos entonces a fulguraciones donde Ello pasa de uno al otro, o mejor aún, donde ello piensa en conjunto. Que la emoción, incluso la angustia, sean contagiosas, eso lo sabemos. Quiero referirme a una transmisión más compleja, una transmisión de representaciones y de pensamientos, Una parte de esos fenómenos ha sido abordada como fenómenos de masa, a los cuales Freud ya había nombrado con el término de hipnosis; otros los han llamado arrebato mimético, o también contagio emocional, y hay muchas otras expresiones más. Lo que me extraña es que nosotros tengamos muy poco en cuenta todo esto en los consultorios. Por un lado, porque estamos prisioneros en el lenguaje articulado, por el otro, y uno explica al otro, porque estamos obligados a referir sin cesar al pasado aquello que tiene lugar aquí y ahora. El simple hecho de estar constituidos de jirones de infancia, de infancias eternas, no implica una búsqueda sin fin de causas familiares para los males del presente. Uno se constituye con el entorno de su infancia. En parte, en parte solamente. Pero hay que saber dejar de lado a la familia cuando otras fuerzas pueden entrar en juego.
¿No habrá un deseo demasiado grande en los analistas de querer mantener en su lugar y a cualquier precio los marcos de pensamiento que se vienen abajo, privándose de ver lo que acontece en otra parte? Y quien dice marco de pensamiento, dice marco familiar en que crecen los hombrecitos. Antes de pertenecer a una familia, a una línea o a una cultura, todo ser humano primero pertenece a su especie. ¿Acaso la especie jamás se hizo presente por sí misma en las curas?
¿Debemos sistemáticamente reconducir a los paciente a los lugares “originarios” de su realidad social e histórica (algo que se hará de todas maneras), o hay además otras moradas posibles para situar los acontecimientos psíquicos? Moradas que dejamos totalmente inexploradas.

No olvidemos que el psicoanálisis nació de la “locura” y no podemos atrincherarnos en el mero cuidado de los moretones del alma – arriesgándonos a perder la nuestra – imputables a las desdichas domésticas. Basta con releer los Estudios sobre la Histeria para recordar hasta qué punto no se trataba de una terapia de confort ni de reacomodamientos de dificultades existenciales. La locura plantea preguntas de fondo, cuestiona directamente las capacidades del estar juntos de los seres humanos, las modalidades de inscripción simbólica, la búsqueda del sentido y del intercambio. Y aún más que la neurosis, nos pone frente a los enigmas de aquello que pasa en ese espacio del entre seres humanos cuando los códigos sociales convencionales empiezan a debilitarse, y lo esencial del intercambio se sitúa en el estrato donde transitan las imágenes inconscientes portadoras de sentido.
Entonces se plantea la pregunta: ¿la decadencia del psicoanálisis hoy no estará ligada al hecho de querer conservar como referente simbólico único las estructuras familiares antiguas que están en vías de disgregarse, para pensar el mundo y el futuro de los individuos? La estructura familiar tradicional y el triángulo edípico clásico ya no pueden ser el único universal simbólico para pensar los procesos psíquicos en su devenir. No me parece abusivo pretender que si una estructura simbólica cae, haya otra que ocupe su lugar.
Habrá estructuras simbólicas nuevas porque crear símbolos, forma precisamente parte de las competencias de la especie. Nuestra debilidad sólo consiste en pretender que esas estructuras sean inmutables y eternas. Aunque llevemos nuestra infancia en nosotros y para siempre, aunque ésta sea reacomodada por un psicoanálisis, su reacomodamiento siempre es el resultado de una creencia compartida, creencia susceptible de cambio según los períodos de la historia. Escucho a los psicoanalistas llorar el fin de lo simbólico… ¡asisto a su devenir huérfanos de lo simbólico! La nostalgia de dios habita en los más valientes laicos de nuestras “polis” . Al ir haciendo camino, nos hemos olvidado de decir que no siempre se tiene el simbólico que se desea… y que algunos nos gustan más que otros. De ahí a decir que ya no habrá más simbólico… ¡qué vanidad!
Sin embargo, alguien podría preguntarme por qué esto justifica el “descenso” hasta la especie. Primero porque es ahí donde se encuentra el universal. Pero también porque esto plantea de manera más firme la pregunta acerca de nuestras capacidades simbolígenas, inherentes a la especie, sea cual fuere la cultura. De un lado, está el universal de la especie humana con sus competencias propias, que se desarrollarán de manera variable según las culturas, y del otro, hay que tener en cuenta un giro más importante en Occidente, representado por las consecuencias próximas de las intervenciones que repercutirán en la especie.
La especie humana es susceptible de cambiar rápidamente y esto es un fenómeno absolutamente nuevo. Y de ahí la necesidad de situar por lo menos una parte de nuestros interrogantes en el mismo nivel donde se corre el riesgo de que se produzcan las catástrofes.

El intervalo humano: un espacio a explorar

Cuando evocaba la manera extraña en que se puede percibir la circulación de pensamientos, a condición de ser sensible y de no reprimir la extrañeza del fenómeno atrincherándolo en las rarezas de la psicosis, pensaba darle cartas de nobleza. Existe todo un modo de comunicación entre seres humanos que las relaciones de las que se ocupa el psicoanálisis no agotan. Hemos hecho foco en la comunicación verbal, como si las relaciones específicamente humanas fueran reducibles al intercambio verbal y a las representaciones vehiculizadas por el verbo. ¿Por qué, a modo de disculpas, es necesario invocar las transferencias psicóticas para así interrogar una transmisión no verbal, cuyos resortes ignoramos, pero de la cual no podemos negar su existencia?
Algunos de nosotros tuvimos la suerte de leer los relatos de Gaëtano Benedetti  . ¡Los fenómenos que él describe en el análisis de psicóticos se encuentran también en las relaciones entre neuróticos! Por cierto, el psicótico, o la transferencia psicótica, nos ponen ante nuestras narices la transmisión no verbal, ¡imposible evitarla salvo que echemos mano a toneladas de mala fe! Pero con los neuróticos esto se puede ignorar y negar. Esta competencia de transmitir pensamiento, y con mayor frecuencia un pensamiento en imágenes, existe fuera de la psicosis. Pero el lenguaje articulado nos basta las más de las veces para entendernos, y así no prestar atención a las imágenes y a los afectos-conceptos que se presentan en el intercambio. Pienso que el intercambio no verbal forma parte de las competencias de la especie aún inexploradas por el psicoanálisis, y eso, mucho menos cuanto que una prohibición no dicha sobrevuela este tipo de investigaciones. Por eso los analistas de bebés y los analistas de psicóticos tienen mayor libertad y se permiten más hipótesis. No hay ninguna razon para reducir ese modo de pensamiento y de comunicación a esas dos únicas categorías.

El intervalo de la especie o el intervalo-especie es solidario del concepto Yo-especie; es su lugar.
El yo-especie tiene vínculos simbióticos con sus semejantes. Son simbióticos pero no necesariamente regresivos. Cuando se perciben sus manifestaciones en análisis, parece que estuviéramos en el terreno de la magia. Lo más frecuente es que nos permitamos “percibirlas” cuando se trata de transferencias psicóticas. ¿Pero por qué limitarlas a la transferencia psicótica para otorgarles derecho a existir? Frecuentan el espacio del entre-dos-cuerpos y nos sorprenden en nuestra ignorancia.
El intervalo de la especie, el espacio-especie es un pedazo de naturaleza que podemos des-enterrar y domesticar para hacerlo advenir al área de la cultura. Primero, espacio puro de fisicalidad, deviene humano al poblarse de entidades psíquicas. Es un espacio que no está atravesado por la narración, pero donde el lenguaje no está ausente. Es un continente de sentido, de energía motora y de existentes en instancia de nominación.
Lo compararía con un tejido en el que, al singularizarse, se precipitan y se cristalizan los significados, en otras palabras, las imágenes matrices del sentido.
La entidad constitutiva que habita ese espacio podría por fin ser asimilada a un afecto-concepto, antes que a imágenes puesto que tendemos a limitarlas a representaciones visuales. En otra parte había hablado de discursos-plegados, fragmentos o imágenes abstractas que empujan hacia la representación.
Esos afectos-conceptos o discursos-plegados pasan de un Yo al otro, de unos a otros, por contaminación simbiótica, hecha de mímesis y de emoción, vía regia de los virus de la informática humana, sin ninguna computadora. Pensar en palabras consistirá en desplegar y en articular en el sentido propio del término esas ideas comprimidas, esos existentes imperceptibles que pueblan el espacio del intervalo humano.

Hay un mundo desconocido que se encuentra en ese espacio-especie.
Un mundo donde se intercambian entre los cuerpos presentes no sólo palabras, sino modos de mímesis y de complementariedades que toman vías desconocidas. Hay campos magnéticos que nos unen y nos separan. No hay ninguna necesidad de recurrir a ideologías new-age, sólo se trata de territorios no explorados. A veces se arriesga el término telepatía, a veces el de empatía, pero en fin, ¡hay una gran molestia en aventurarse en zonas tan poco frecuentadas!

Me he preguntado si acaso la reticencia de los psicoanalistas a inscribir al hombre en el orden natural de la especie no provendría de un resto religioso. En nuestros relatos fundadores, sólo el hombre (y desde hace no mucho tiempo, la mujer) poseía un alma, lo que, en todo caso en nuestra cosmogonía, lo distinguía radicalmente de todas las demás criaturas vivientes. Inscribirnos en un darwinismo demasiado crudo, ¿no sería cometer sacrilegio, al convertir al hombre en el igual de un animal? La desconfianza de cualquier inscripción en el orden de la naturaleza esconde su esencia religiosa. Si propongo rever el concepto naturaleza-cultura, es porque el hombre deberá seguir pensando en términos humanos, sobre todo si en algunos decenios, tal vez menos, consigue que nazca su descendencia fuera del útero “natural” de la madre, disociando radicalmente la procreación de la sexualidad. En su libro, Henri Atlan describe muy bien ese proceso en devenir, sin evitar los problemas éticos que se plantean. Vemos que paradójicamente al darle otro lugar a la “naturaleza”, al pensar al hombre en sus características de especie, integramos la naturaleza en movimiento del hombre. El problema actual es que la lentitud de la evolución de la especie humana ya está cambiando, y que el hombre acciona sobre su propia especie con la posibilidad de cambiarla de manera acelerada.
Ahora bien, la disyunción está siempre presente en el discurso psicoanalítico: hay que separarse radicalmente de toda animalidad. ¿Qué hay de tan ético en querer mantenernos tan radical y definitivamente separados de las otras criaturas de este universo?
Como lo dice Atlan: “La esencia del hombre, como la de cualquier otra criatura viviente, de cualquier especie, evoluciona. Nuestra esencia se modifica al paso de nuestra historia. Es una idea que ya está en Spinoza, para quien Dios es la naturaleza, Dios se transforma”.
Si integramos esta entidad, el intervalo de la especie, como lugar de residencia de nuestro Yo y lugar de intercambio de los yoes, nos arriesgamos a comprender un poco mejor la extraña manera en que viaja el saber entre seres humanos en ciertas situaciones. Entonces habremos logrado arrancar un jirón de naturaleza para hacer un nuevo fragmento de cultura, y le habremos ganado un poco de terreno al poderío de los brujos.

Las competencias de la especie

Podemos hablar en términos de pulsión, pero podemos igualmente considerar que hay competencias propias de la especie humana que son universales y constituyen la base de formaciones ulteriores. Con toda evidencia, vuelvo a Freud y allí reconoceremos las obras de Eros y Tánatos. No hay que olvidar, sin embargo, que Freud insiste en que la pulsión de muerte está esencialmente dirigida contra el sujeto mismo y que no hay que confundirla con la agresividad. La noción de competencia, desde que está activa, va de la mano con la del otro individuo, es contagiosa, mientras que la noción de pulsión en Freud conoce un destino esencialmente individual… Las competencias existen por igual en cada uno, pero ellas tienen en común el hecho de propagarse. Ya sea la competencia de la crueldad o de la generosidad, cuando se “manifiesta” en un individuo, presenta una tendencia a acelerarse y a convertirse en conducta de grupo. Vale recordar aquí las nociones de flujo y estasis que son a mis ojos extrapolaciones de lo individual a lo colectivo. (Cfr. “Flujo y Estasis”, en Pulsiones de Vida.) Así funciona el pasaje de la competencia al lenguaje: el niño viene al mundo con esa competencia, pero aprende a hablar con otro. Viene al mundo con la competencia de aprender, no necesita (como los grandes primates) aprender a aprender.

La competencia para el asesinato del semejante es en la parte maldita del ser humano, y no se explica por ninguna necesidad vital. Puede aflorar sin razón alguna, pertenece a un orden diferente, un orden que nos excede. Sólo los sociólogos o los antropólogos pueden explicarla. Imaginamos entonces sociólogos capaces de dar explicaciones satisfactorias. Pero a su vez los sociólogos dicen que hay un más allá de toda explicación sociológica, que concierne al ejercicio de la crueldad, una crueldad sin razón. Michel Wiewiorka lo dice con todas las letras en su obra sobre La violence (La violencia). Hay todo un trabajo por delante a este respecto, que sería específicamente analítico. Y esta competencia para asesinar no es tan sólo la transgresión individual de un tabú, es un impulso asesino que se propaga. En ciertas circunstancias, una mimesis específica se pone en funcionamiento muy rápidamente y de ello resultan masacres, asesinatos en masa. Podemos decir que hay una pulsión destructiva de la especie, cuyos resortes no se limitan al nivel del Ideal de Yo. La propagación aquí es horizontal. Por cierto, el discurso venido “de lo alto” canaliza y da sentido a la masa enloquecida. Pero la masa no actúa de manera indistinta. Al mismo tiempo es uno por uno (y por esto digo que hay un “Yo”) el que va más allá de lo que un jefe sanguinario puede pedirle. Masa más cruel aún por el hecho de ser masa, por la aceleración que conlleva, pero cuyos individuos actúan de a uno; y sostengo que cada uno de ellos tiene un Yo, que en este caso no es explicable por el Yo de Freud (lugar de conflictos) ni por el Yo especular de Lacan. Es un Yo-Especie.

A la inversa, hay una pulsión de generosidad de la especie de la que poco se habla, ya que tan grande es nuestra fascinación por el mal. Se la puede atribuir a Eros. Pero una vez más insisto en el aspecto contagioso. Conocemos el ejemplo de la contaminación del impulso del don. No es sublimación, no es una reacción a un movimiento hostil inhibido. Está antes. Pensemos en un niño que corre peligro. El adulto se precipita de manera inmediata para ir en su ayuda, sin que por ello deba recurrir a algún ideal. Pienso que ahí hay una competencia de solidaridad, incluso si no es general… Pensemos en la generosidad ante una catástrofe natural, en la solidaridad espontánea.

El Yo-Especie

Esto me lleva entonces a proponer este otro “punto de vista” acerca del concepto del Yo. El Yo-Especie: ni lugar de conflicto, ni imagen, ni puro estado de sentires, sino un yo aleatorio, un yo variable, ya que siempre es interdependiente de los otros, en relación simbiótica (lo que no quiere decir regresiva) con sus semejantes. Entra en “vínculo” (vinculum) con el otro por las competencias específicas de su especie. Un Yo interactivo, de alguna manera. Un Yo de acciones y pensamientos que percibe inconscientemente los signos y el sentido de aquello que proviene de su semejante, en tanto que participante de la misma especie, anterior a cualquier identificación familiar, anterior o externo a toda identificación con el jefe o con el Otro. Esta identificación con el jefe sólo canaliza lo que ya existe.
Ese yo-especie en tanto que lugar psíquico no es del todo inter-psíquico ni solamente intra-psíquico, ni se puede reparar en él por su lugar simbólico, sino que evoluciona en un espacio común compartido por semejantes, es transindividual sin ser una entidad colectiva, porque es cada vez singular.

De donde se desprende que los vínculos que tejen los miembros de la especie constituyen un espacio particular: el espacio del entre-humano, que es el intervalo entre los cuerpos. No es un espacio vacío, es un intervalo de contaminación y de mímesis de representaciones minimales y eficaces. Es una suerte de intervalo en donde las entidades que se intercambian pertenecen a representaciones inconscientes y conscientes.
Da cuenta de ese Yo primitivo y básico la atracción que ejerce sobre el hombrecito el rostro humano y su capacidad esencial de dejarse adoptar por cualquier ser humano que cuide de él. Es, antes que nada, mimético, lo que no es asimilable al estadio del espejo de Lacan. Ese Yo-especie, es el Yo humano de base, es una singularidad no cautiva en lo familiar. Conservará esa competencia toda la vida, incluso después de que las otras formas del Yo hayan tomado su lugar. Ese Yo es portador de aptitudes particulares que están, o bien en hibernación, o bien despiertos.

Ese yo posee toda clase de competencias, entre otras, éstas:
–    Posee la competencia de seguir siendo un ser humano, de pertenecer a la especie humana sea cual fuere la modalidad de su llegada al mundo.
–    Posee la competencia de aprender a hablar, a simbolizar.
–    Posee la aptitud de modificar su dinámica de subjetivación según los acontecimientos de la historia y los valores del grupo al que pertenece.
–    Posee la competencia de aliarse con otros seres humanos, en actos de crueldad propios de la especie, en donde actúa individual o colectivamente, la pulsión de destrucción del semejante.
–    Posee la competencia de aliarse con otros en el ejercicio solitario o colectivo de las pulsiones de generosidad de la especie.

Es en el vínculo con “los otros” seres humanos en tanto que tales. Nada más, nada menos. El Yo-especie es primitivo pero no infantil, asegura ciertas formas de vida al servicio de las cuales él se pone.
El Yo-especie es simbolígeno en tanto que forma parte de una entidad más grande, lo colectivo al cual pertenece, y se activa a partir del momento en que la supervivencia del grupo se ve amenazada.
La cuestión es saber si se vuelve activo de manera preponderante según ciertas leyes o si su activación es aleatoria.

He ahí lo que entiendo por competencia de la especie, cuyo abordaje posible podría ser la noción de Yo-especie.
Más allá, es un espacio, el del intervalo humano, que abriga el intercambio de los seres humanos y de nuevas formas de vida. Los analistas no tienen que juzgar, sino ponerse en estado de poder comprender algo de todo esto.
¿Por qué esto es significativo en el campo del psicoanálisis?

Y para concluir provisoriamente

El inconsciente y la transferencia siguen siendo las palancas para el cambio exigible en todo análisis.
El inconsciente podría aprehenderse de manera más precisa con estas nociones, y la transferencia entenderse como una de las manifestaciones de la competencia de entrar en vínculo con otro ser humano sin que sea necesario el recurso a problemáticas familiares, sin que el analista tenga obligatoriamente que remitirse a un lugar de padre o madre. Así se podrán entrever las modalidades de expresión del inconsciente que nuestros viejos aprendizajes han tal vez imposibilitado.
Cada vez que al analista le pegue en la cara (no hay otra expresión) la expresión del inconsciente, quedará pasmado, y su aturdimiento desgarrará el tejido de sus certezas. Pero conservará el contacto con su arte y su paciente, si acepta ser guiado por vínculos inéditos actualizados de esta manera. Cuando se toca con un dedo el vínculo inconsciente, ése que nos revela nuestra propia implicación inconsciente en una relación con el otro, nos espantamos… si no quedamos pasmados.
El psicoanálisis no es solamente una terapia compasiva de familias y parejas que naufragan, ni siquiera tiene el objetivo de restaurar una civilización en franca decadencia.
Aunque tenga una función civilizadora, no tiene que estar al servicio de los monoteísmos rabiosos y ebrios de poder con el pretexto de que ellos fueron la cuna de nuestro simbólico. Y no hay que dar gritos de horror ante la constatación de que una forma de simbólico cambia porque depende de una cultura que está evolucionando a toda velocidad. Podemos estar seguros de que la competencia simbolígena seguirá siendo ejercida, porque es una competencia de la especie, incluso una necesidad de los seres humanos. ¿Será entonces la tarea de ese Yo más básico, el Yo-especie, la de obrar en la función simbolígena, más allá de las fronteras y de las civilizaciones? ¿Más allá incluso de la existencia del “sujeto”, cuya aparición es muy reciente y local? El psicoanálisis está al servicio del otro ser humano, en aquello que tiene de mejor y de peor. Todavía le quedan vastos campos por explorar y tiene que estar al acecho de las manifestaciones de las nuevas formas de cultura.
Sostengo que cuando se explora y se piensa, todo va mejor. La depresión que acecha a nuestras sociedades cuando se olvidan de estar en guerra, podría resultar ser menos pesada si nos permitiésemos el derecho a tener más incertidumbres y más curiosidad. Y quien dice curiosidad, dice curiosidad sexual. Las certezas deserotizan la psiquis y las aleaciones aleatorias introducen lo nuevo y lo desconocido: el psicoanálisis mismo imita las tendencias de las ciencias más duras: ¡tiene tendencia a volverse reproductora olvidando lo sexual!

El inconsciente siempre está por construirse, no existe en estado natural, es un fragmento de cultura que nosotros inyectamos en aquello que creemos que es la naturaleza humana.

Entonces, ¿y el futuro del psicoanálisis?
Si sostenemos una lucha para que el psicoanálisis avance, hay que saber por qué luchamos.
Personalmente no tengo ganas de batallar para sostener la transmisión de un dogma, ni siquiera por la prevalencia de su poder por sobre otras formas de terapia. Lo que la convención da en llamar psicoanálisis por extensión.
Y entonces, ¿el psicoanálisis en intensión? Respondería que sí, porque puede devenir, redevenir, apasionante a condición de cultivar nuevos territorios tomados de la naturaleza humana. Propongo entonces, hacer nuestro el bios del intervalo humano.

Ese intervalo entre las psiquis de los semejantes, el bios humano, es aquello que seguirá siendo lo más específico del pensamiento analítico y de su práctica. La exploración de ese intervalo podrá volverse su dominio teórico privilegiado. Por ello me parece tan importante trabajar en las pasarelas que hay entre las dos grandes líneas teóricas, la inter-psíquica y la intra-psíquica.
La pulsión de vida no puede dejar de lado el ser “con”, en alemán: Zusammensein.
Podemos decir que es el área de la transferencia, o el área de la interdependencia. Diría también que es el área del vínculo… Un área poblada de pensamientos impensados. Donde el sentido circula como cristales de pensamientos no verbales o verbales, pero nunca discursivos.
Se puede prever que las neurociencias acapararán una buena parte de los privilegios del psicoanálisis, incluido el concepto de inconsciente.
Las neurociencias han integrado la existencia del inconsciente, incluso si no es el mismo que el de los analistas. Su inconsciente está encerrado en el cerebro de un individuo. Si tomamos en cuenta el intervalo humano o el espacio-especie, tenemos en cuenta aquello que nos hacemos unos a otros, nuestra mutua influencia y nuestro estar juntos. Allí donde el ser humano se compromete en su comunidad de vida con el Yo-especie. Ya no hay que tener miedo de hablar en términos de especie, sólo ella nos permite abordar de manera conveniente lo trans-individual y sin los anteojos de la ideología política y religiosa. Las ideologías están y estarán también mañana, el hombre no puede prescindir de ellas, pero el trabajo del analista es más amplio, y su dominio es el de curar al ser humano por el ser humano, uno por uno. Hoy, más que ayer, recibimos padecimientos que provienen de los cuatro puntos cardinales, de fugitivos, de inmigrantes y de artistas de culturas diferentes; nuestra familiaridad con la crueldad y la generosidad serán nuestro viático para entender el más allá de las lenguas y de las culturas.
Estas pocas proposiciones que adelanto aquí deben tomarse como un juego, una propuesta para tocar una obertura, mientras que la ópera espera a ser escrita, o ejecutada.

Permanentemente, la vida brilla en ese intervalo humano del intercambio inconsciente, siempre desigual, aunque tenga lugar entre semejantes. Pienso que en el futuro ese intervalo podrá devenir el campo específico del psicoanálisis.

Radmila Zygouuris, París, domingo de Pascuas, 27 de marzo de 2005.

Este texto es una versión ligeramente retrabajada a partir de una exposición hecha en San Pablo, Brasil, en abril de 2005.