El vínculo inédito

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Freud  ha introducido en Occidente un vínculo, hasta entonces inédito entre dos personas, dos desconocidos: lo llamó transferencia. Si en el inicio de su actividad, estaba inmerso en la clásica relación médico-enfermo, muy rápidamente este nuevo concepto fue puesto en su sitio, no para designar la relación entre quien cura y quien es curado, sino para especificar un lazo, un vínculo particular con relación al inconsciente, a las pulsiones y a la repetición.
Al principio, la transferencia fue transferencia de amor…

Transferencia y Vínculo.

Desde entonces, los analistas han adoptado la costumbre de llamar  transferencia a todo aquello que ocurre entre analizante y analista. Como su nombre lo indica, y como conviene abordarla, la transferencia implica una traslación de una representación, de un afecto, de una pulsión; implica al menos dos escenas… Es en la repetición donde sus relaciones son más evidentes, pero no se limita sólo a la repetición: la transferencia convoca también lo nuevo que viene a tomar su sitio con relación al pasado. Así, la transferencia evolucionó…
Para Lacan la transferencia era “algo con relación al amor”. Cierto, pero creo que decirlo así es insuficiente.

Yo ya había trabajado sobre este tema y pensé que ganaríamos en claridad distinguiendo la transferencia horizontal de la transferencia vertical.
De hecho la transferencia vertical es invocada con más frecuencia; sitúa al analista en un lugar parental, o del sujeto supuesto saber.
Si seguimos la noción de Lacan, para quien el analista ocupa el lugar de un sujeto-supuesto-saber, (amado justamente en función de este saber), olvidamos,  a menudo  precisar que el saber que se le supone es respecto de una sola cosa: algo acerca del inconsciente del analizante. Sólo esto. Y justamente de eso, él nada sabe.
Si no especificamos que se trata del inconsciente, nos quedamos en el campo de la medicina, ya que todo enfermo supone que su médico sabe algo sobre su cuerpo enfermo…  Y en principio debería tener razón, mientras que para el analizante se trata esencialmente de una ilusión.
La transferencia vertical sitúa al analista en otro lugar. Un lugar elevado desde el cual divisa la escena analítica, aun cuando admita su no-saber inicial…
Yo la había distinguido de otro tipo de transferencia: la transferencia horizontal. En ella se despliega una relación menos desigual, aunque asimétrica, donde habría lugar para un intercambio actual entre dos seres humanos. Al haber reconocido la transferencia el analista puede entonces hablar él mismo en tanto sujeto, siendo llevado a veces a expresar algo de aquello indecible para el propio analizante.
Podemos incluir también a la transferencia simbiótica en este tipo de transferencia, y de modo más general, todas las manifestaciones que pertenecen a la interdependencia psíquica de los protagonistas. Esta interdependencia está en el meollo del proceso analítico, si consideramos que entre dos seres humanos, sea cual fuere la relación oficial que los una, acontece una serie de cosas que ninguno de los dos protagonistas domina, aunque por disciplina, el analista no las manifieste. Las transferencias cruzadas e invertidas pertenecen a esta categoría. A lo que debemos agregar que todo aquello que sobresale  de una relación lúdica no soporta una relación de pura verticalidad.

Esta posición vertical suscita fácilmente el retorno a la relación médico- paciente o padre-niño. Puede incluso llegar a suscitar una verdadera adhesión religiosa. Posición vertical que el analizante instaura a la espera y con la esperanza de que algo mejor le llegará del analista. Es una relación genealógica cualquiera sea la noción que se utilice para decir que un elemento está por encima de otro. Que los analistas investiguen instancias “superiores”, en tanto esto tranquiliza, es una cosa; es otra cosa, cuando esto obedece a sacar partido de esta posición como si fuese la mejor posible para el trabajo analítico…
En las relaciones horizontales, los vínculos son múltiples y pueden compararse con los vínculos de género rizomático; por más que puedan estar investidos por vínculos verticales, implican un grado menor de posiciones de poder. Creo que muy a menudo tenemos que poner en juego las dos modalidades transferenciales, aunque algunas teorías impidan esta posibilidad.

Hoy querría abordar de otro modo este problema e intentar distinguir la transferencia propiamente dicha, que pertenece en tanto concepto al campo del psicoanálisis, de aquello que simplemente llamaré vínculo. El vínculo no pertenece específicamente al campo del psicoanálisis, aunque nace en el marco de la experiencia analítica.

Antes de desarrollar lo que yo entiendo por vínculo, quiero hacer un pequeño rodeo.

Mapa y territorio.
En el libro La Naturaleza y el Pensamiento y en el artículo “Forma, sustancia y diferencia” Gregory Bateson recuerda y comenta la fórmula célebre del semántico Korzybski y dice que “el mapa no es el territorio”. ¿A partir de qué se hace un mapa? A partir de las diferencias del territorio. El territorio como tal –lo que llamaremos la “naturaleza”– no forma parte de ningún mapa.
El mapa sólo inscribe las diferencias, como por ejemplo las diferencias climáticas, de altitud, de composición del suelo, etc.  Una diferencia es algo abstracto que marcamos en el mapa con un código de entrada y una escala de lectura que no figuran ni en el mapa ni en el territorio, pero permiten que se pase de uno a otro.
La relación vivida entre analista y analizante puede asimilarse a un territorio que existe fuera de toda referencia a un mapa; éste último se asimila a un marco conceptual.
En consecuencia, sólo en la medida en que los mapas existen, el encuentro entre analista y analizante puede inscribirse como proceso específicamente psicoanalítico que debe tender hacia un fin. El territorio, conjunto sensible de todo lo que hace  vínculo entre dos personas, contendría una infinidad de posibilidades a partir de las cuales, las teorías y los conceptos aíslan las diferencias para constituir lo que se va a actualizar en una cura y confirmar la especificidad de la lectura analítica.

Esto se hace particularmente evidente cuando se habla de transferencia. Cuando se habla de transferencia, los analistas parecen saber que se trata de manifestaciones que se refieren al mapa, que les permite aprehender alguna cosa del territorio, al que no tienen un acceso directo. Ahora bien el mapa que ellos utilizan esboza el territorio del paciente.
Pero hay un hecho que muchos analistas parecen ignorar: ese territorio que ellos asignan a sus pacientes los incluye, y es allí cuando entramos en el campo de las paradojas.

Antes de cualquier otra consideración sobre las modalidades de la transferencia, ¿se sabe en qué  tela se tejen las relaciones humanas, relaciones entre dos cuerpos en presencia y que se hablan?
No dejamos de invocar al lenguaje: lo que se dice es a la vez manifiesto, y demanda análisis de lo que está latente.
Pero me parece un tanto restringido que nos limitemos al lenguaje aunque sea él, nuestro material predilecto.
¿Qué es lo que sostiene las palabras? El tejido del vínculo es lo real entre dos organismos humanos. Se trata antes que nada  de una característica de la especie humana, una realidad hecha de sentires (feelings), emociones mayoritariamente inconscientes, pero también conscientes, en suma de puras sensorialidades que nada tienen de específicamente analíticas, incluso en la situación analítica.
Lo que hace vínculo entre dos seres humanos son esos fundamentales de una presencia. Fundamentales de singularidades nunca generalizables.
Es a partir de estos fundamentales, por ejemplo la voz, el ritmo del cuerpo, maneras de mirar, etcétera, que uno se liga al otro, se piense el vínculo o no. Es ahí donde la transferencia se entrelaza.
Debido a esto, la diferencia entre el mapa y el territorio puede desmoronarse en cualquier momento.
En análisis, la prohibición del pasaje al acto no proviene exclusivamente del temor al incesto o de la necesidad de introducir la (Versagung) abstinencia; para que la palabra prime sobre el hacer; la prohibición también está allí para preservar la predominancia del mapa sobre el territorio.
El mapa no tolera el pasaje al acto: la puesta en juego del cuerpo real desgarra el mapa. El mapa, como toda teoría, es un aparato de captura… Capta las diferencias pero prohíbe agregar cualquier cosa heterogénea con relación a su escala. Esta necesidad no debe hacernos olvidar que un análisis puro no sólo no existe, sino que su pretensión es una impostura, ya que es la negación de la multiplicidad de los hilos que tejen el paño de cualquier relación humana y de todo aquello que vuelve al psicoanálisis simplemente posible.
Evidentemente este recurso a la diferencia debe ser moderado por el simple hecho de que el espíritu humano nunca funciona como un mapa, está desde el principio en las complejidades y en las simultaneidades de elementos heterogéneos. Pero ciertas prácticas analíticas  tienden a reducir e incluso a negar esta complejidad.

Reduciendo al mínimo las intervenciones del analista, reduciendo al mínimo el tiempo de las sesiones,  parecen querer preservar la pureza del análisis lejos de  la escoria de las relaciones humanas y por lo tanto del vínculo. Vano esfuerzo, ya que ellas van a acontecer de cualquier manera descolocadas en las relaciones mundanas, o institucionales, o simplemente en las salas de espera entre analizantes de  un mismo analista.

Si deseo introducir aquí una diferencia entre transferencia y vínculo es porque el vínculo no pertenece al mapa sino al territorio, que es un territorio que no se parece a ningún otro. Sin cesar, hacemos un viaje entre mapa y territorio.
El analista en principio conoce el mapa que utiliza, aunque desconozca sus límites. El analizante no conoce el mapa, pero sabe que existe.
Podemos leer un mapa geográfico y mentalmente recordar el paisaje recorrido, incluso podemos en cualquier momento, erguir la cabeza y observar el paisaje de vuelta, constatando así, las imperfecciones del mapa, hasta su falsedad. Imaginen a un viajero de nuestros días que tuviese en su poder un mapa anterior al descubrimiento de América. Ahora bien, algunos análisis se desarrollan en este contexto. Esto puede llevar a la locura ya que el analizante siente perfectamente la estrechez del territorio a la que el mapa de su analista lo fija. Pero queda capturado en una relación de dependencia y termina por someterse a un saber que oscuramente siente estrecho y hasta erróneo.
A pesar de que los afectos sean verdaderos y actuales, en el trabajo sobre la transferencia caemos con frecuencia en la trampa de un universo de metáforas. Bateson habla de “metáforas significativas” que suceden en parte, en el nivel del territorio.
Como ilustración, da como ejemplo: “morir para salvar una bandera”.
Caemos frecuentemente en metáforas significativas de este tipo. Morir para salvar una bandera, es el impacto de lo simbólico, –lo que la bandera representa– sobre el imaginario de un sujeto –su amor a la patria– que sacrifica su vida en lo real.
Bateson recuerda, con toda pertinencia, que en los procesos primarios, mapa y territorio están asimilados, por ejemplo en el sueño; mientras que en los procesos secundarios, se distinguen; y en el juego, en el “como si”, son al mismo tiempo distinguidos y asimilados. El análisis se despliega justamente en esta área de juego. Esto nos recuerda lo que dice Winnicott: el análisis es el juego más sofisticado de la cultura del siglo XX.
Bateson se queda con una visión demasiado simplista de la cura y de la transferencia.
En su artículo “Una teoría del juego y del fantasma”, llama la atención sobre las grandes similitudes que existen entre el proceso terapéutico y el juego. Dice:

[…] así como un pseudo combate lúdico no es un verdadero combate, el pseudo amor o el pseudo odio de la terapia no es amor u odio verdadero. La transferencia se distingue del amor y del odio real por medio de señales que apuntan al marco psicológico; y es de hecho el marco el que permite que la transferencia alcance su plena intensidad, y que enfermo y terapeuta puedan cuestionarla.

Más adelante agrega:
“Para nosotros el proceso terapéutico es una interacción enmarcada entre dos personas, donde las reglas están implícitas, pero susceptibles de ser cambiadas.”
No es falso, pero tampoco totalmente cierto, porque no hay sólo juego en un análisis, incluso dándole a este término todo su valor de “realidad” psíquica. El miedo experimentado en un juego puede ser un miedo real que perdura después del final del juego. Bateson agrega que el marco que introduce el “como si” de la metáfora representa una dificultad en la esquizofrenia, ya que las palabras son tomadas, como en el sueño, en su sentido literal. Justamente el esquizofrénico, como el soñador, ignora el contexto; aquello de lo que no puede dar cuenta, ni del hecho de que no es verdad, ya que como el soñador ignora que está soñando.

Ahora bien, pienso que hay algo de lo verdadero y de lo literal en todo análisis, y es por esto que considero importante distinguir el vínculo de la transferencia, a pesar de que en la práctica estén estrechamente intrincados.

En primer lugar , esta distinción tan abrupta entre un paciente esquizofrénico y los demás, la considero errada; ya que incluso entre los neuróticos y, principalmente, entre los que llamamos borderlines, que con más frecuencia llegan al análisis, se tienen momentos psicóticos en la propia transferencia. Es la transferencia la que es o no es psicótica, y no el paciente. Y esto depende solamente de la capacidad del analista de abandonar sus propias defensas neuróticas, para hacer con su paciente la experiencia inaugural de una transferencia, que a falta de un término mejor, podemos llamar psicótica.
Nada se ha hecho en la formación de los jóvenes analistas, que les permita enfrentar estos momentos del tratamiento.
Por el contrario podríamos afirmar que lo que se ha hecho o se ha dicho, dentro del discurso oficial de la transmisión, ha propiciado que estos momentos sean evitados, cuando de hecho, son la articulación necesaria para llegar a una etapa fundamentalmente distinta sin la cual los análisis patinan.

Por otro lado, noté que los analizantes cuyos análisis fueron muy largos, o que van por su tercer o cuarto análisis, sólo consiguen zafarse cuando atraviesan esos momentos psicóticos de la transferencia, en caso contrario los análisis se vuelven interminables.
Interminablemente alojados en una problemática edípica, cuando su problemática nodal se sitúa más allá. Estos momentos son tan difíciles de ser vividos porque dan la impresión de invalidar todo el trabajo hecho anteriormente, lo cual es falso. Se trata simplemente de abordar otro estrato psíquico que no tiene lugar en las teorías clásicas freudianas o lacanianas, cuyos representantes no están preparados para tratar, por no haber ahí espacio para esta  técnica de sentires.
Felizmente los verdaderos clínicos no esperan que la teoría en curso los autorice a sentir y a dar lugar a experiencias inéditas.
Es por todo esto que no acompañaré a Bateson en su afirmación de que la cura se asemeja a un juego, aunque muchos elementos en un análisis se parezcan a un espacio de juego.

Llamaré entonces transferencia sólo a aquello que tiene que ver con los conceptos psicoanalíticos. Por lo tanto, podemos decir: responde al concepto de  transferencia  aquello que responde a una interpretación. Esto no quiere decir que esa interpretación deba ser cada vez verbalizada.
El vínculo no da lugar a la interpretación. El vínculo se vive, es actual.
Es la base efectiva de la singularidad de dos cuerpos en presencia.

El vínculo interviene en la función de acogida; pues la acogida es lo previo de una relación humana y de la transferencia. No se analiza… El vínculo puede menguar, ser de mala calidad o no existir como percepción subjetiva, más aún, esfumarse después de la separación del final del análisis. Pero también puede mantenerse vivo el resto de la vida.

Ocurre que ciertos analistas desconocen el vínculo y por temerlo demasiado insisten en excluirlo en nombre de la pureza analítica. Es por eso que algunos  pacientes se quedan en análisis interminablemente, teniendo como único objetivo no perder el vínculo. Se quedan  para salvaguardarlo, esforzándose en vano en dar una apariencia de trabajo a un analista fóbico o demasiado adoctrinado.
Lo que en estos casos se vuelve interminable es el análisis del analista por su paciente sometido. A veces basta reconocer la importancia de este vínculo para que los pacientes consigan marcharse serenos.

La mayoría de las veces saben, cuando osan pensar, lo que no siempre ocurre, que ya hace un buen tiempo que su analista dejó de ocupar el lugar del sujeto-supuesto-saber, así como dejó de estar en el lugar paterno o materno en la transferencia. Se volvió un mero objeto de cuidados, ¿pero quién se atrevería a pensar en esto? Es justo preguntarnos en esta ocasión , ¿quién es el más loco: el paciente o el analista?

Tosquelles decía que cuando extendemos la mano a un psicótico es para toda la vida. Si esto fuera verdad para un psicótico,  pienso que debe ser igualmente verdadero para otros analizantes. No por eso debemos creer que se trata de transferencias eternas.
Voy a agregar corriendo el riesgo de repetirme, que esto vale también para algunos analistas que acaban invistiendo particularmente a un analizante, por razones que en algunos casos permanecen inconscientes y que no consiguen dejarlo partir. Viven en esta relación con el paciente, algo que no puede ser vivido o analizado en sus propios análisis. ¿Se puede en esos casos seguir hablando de transferencia? Y, en caso afirmativo, ¿transferencia de quién para con quién? Es evidente que ese vínculo del analista con el paciente no se establece con cualquiera: también allí se trata de un encuentro, sea de dos estructuras, de dos fallas, o de dos demandas en cadena… El vínculo es el que se encarga de esto, y sólo una parte pequeña puede emerger y volverse analizable.
Aquí está el punto por el que creo que la transferencia es la única parte de la relación a la que podemos exigirle un final.

Cuando algunos años atrás, yo decía que el análisis contiene una “promesa de separación”, quería decir que el analista se compromete a dejar ir al analizante, a trabajar la transferencia de tal modo que pueda fundamentarla sobre un: “yo le prometo, que un día usted me podrá dejar”. Esta promesa implícita se opone a la promesa de amor que se funda sobre un: “yo jamás te dejaré”. Que este enunciado sea ilusorio o engañador aquí poco importa. El analista se compromete implícitamente a que la transferencia tenga un fin.
El vínculo escapa a este tipo de promesa, pues excede el campo del análisis.  Se juega entre la singularidad de dos sujetos, puede durar o no, igual que en la vida, donde no siempre tenemos la voluntad de continuar manteniendo relaciones con alguien que hemos frecuentado durante mucho tiempo.
Esta aceptación del vínculo fundamental, al mismo tiempo que la búsqueda de un fin posible para la transferencia, constituye una relación social e íntima  verdaderamente inédita en nuestras sociedades.
Comprendemos entonces, que el psicoanálisis sólo ha podido nacer en un determinado momento histórico y en un contexto social específico. No porque la noción de inconsciente sea local. Los procesos inconscientes son universales, pero debo precisar que lo que es universal son los procesos inconscientes y no sus contenidos. Lo que es local y está socialmente determinado es la técnica de la cura y por lo tanto el tratamiento de la transferencia. La diferencia es eminentemente teórica, en la práctica se mezclan y hay matices.

Los contenidos se derivan de categorías teóricas. Son siempre supuestos a partir del mapa, así como la interpretación de la transferencia sólo está hecha en base a construcciones teóricas, cuya veracidad es local y temporalmente determinada. Si su verdad aspirase a la eternidad y a la universalidad, sería de tipo religioso; en contrapartida, si tales contenidos tienen la pretensión de pertenecer al campo científico, están sujetos  a evolución, a cambios y a críticas, aunque se trate de una ciencia “blanda” y no “dura”.

No hay duda de que la idea de una transferencia que debe ser “liquidada” es un consuelo para el analista: ¡¡¡su vida sería impracticable si precisase mantener relaciones tan complejas con todos sus pacientes!!! Pero la vida hace bien las cosas y la mayoría de los pacientes se van después del análisis y el vínculo se va empalideciendo poco a poco. En cuanto a los otros, tienen el recurso de devenir analistas; si no pueden separarse de su analista o de la “casa” (institución) de su analista. De todas maneras no se trata de comportamientos sino del sentido que se da a una relación que no puede ser enteramente contenida en el concepto de transferencia.

El vacío central
Lo que me gustaría dejar claro es que el análisis y la técnica analítica, mejor dicho, “las técnicas” analíticas, sólo son eficaces, diría incluso que sólo pueden existir, a partir de un vacío central en el corpus analítico. El vínculo en el análisis se sitúa al mismo tiempo fuera de la “tekhné” y fuera de la “episteme”. En el corazón del análisis hay una paradoja: el análisis sólo puede ser eficaz al fundamentarse sobre su propio vacío, en el interior de sí mismo.

Para que haya análisis en acto, es preciso que ese acto se fundamente sobre  el desfallecimiento, la dehiscencia del análisis como saber constituido… Ahora bien, ese vacío de análisis, que está lleno de vida, es un tejido vital entre dos humanos; es lo que posibilita el análisis, no figura en los textos teóricos, en el corpus analítico. Aunque yo lo enuncie, no sabría decir en qué capítulo de la teoría debería figurar. Este capítulo no puede existir, aunque de él podamos hablar. Es como los cuadros de Escher, su mano está al mismo tiempo en el cuadro y fuera del cuadro, perteneciendo al dibujante.
El vínculo es el ombligo del acto analítico, así como existe el ombligo del sueño que no es analizable.
Así nos podemos llevar un susto cuando creyendo estar por lo menos en uno de nuestros mapas, nos vemos sumergidos en un territorio cuyos datos no figuran en nuestro mapa. Al fin de cuentas, el análisis sólo es eficaz cuando se apoya en lo no- analizable. En caso contrario no pasa de ser un trabajo de laboratorio donde los pacientes son cobayos y los analistas maestros de ceremonias. Que en esas ocasiones se hable de “sujeto”, no cambia las cosas.
Además, hay una re-duplicación de esa paradoja: el hecho de que esta parte, de no-analizable, representada por el vínculo, debe su existencia al dispositivo analítico… el cual es, absolutamente artificial.
Que yo sepa, Winnicott, ha sido el único analista que abordó esa cuestión en Juego y realidad, en el capítulo “La utilización del objeto”. No hay una concordancia absoluta entre aquello que yo entiendo por vínculo y aquello que es introducido por Winnicott al establecer una diferencia entre  relación de objeto y utilización del objeto por el paciente, pero a su manera, Winnicott aborda este problema y diferencia la capacidad de establecer una relación con el objeto, de la utilización del objeto-analista, por el paciente. Para que el paciente pueda utilizar el objeto (el analista), Winnicott propone una condición: esta operación no se puede hacer sin represalias por parte del analista. Las represalias consisten a veces en el simple hecho de dar una interpretación. Dicho de otro modo, el zócalo de la operación es el vínculo que no se interpreta.
Si el dispositivo crea el vínculo, éste pasa a existir de modo autónomo, siempre que el analista lo acepte. Tenemos que agregar aquí el hecho de que el vínculo protege al encuadre y al análisis de la destructibilidad necesaria del / para el  paciente.

La relación de objeto pertenece a la transferencia, en la cual el objeto es subjetivo, esto es, “alucinado”, a la vez que  la utilización del objeto lo sitúa fuera de la esfera subjetivada; el objeto se torna real para poder sobrevivir al tratamiento que el paciente le inflige en la transferencia.
Un objeto es aquello que puede volver.
En otros términos, es por haber sobrevivido a la destructividad alucinada que el objeto puede ser “utilizado”.

El vínculo en el análisis no es totalmente espontáneo, ya que pertenece al proceso analítico.
Dos individuos, analista y analizante, que en un determinado momento pueden tener un sólido vínculo, podrían haber pasado uno al lado del otro en la vida sin que hubiese encuentro o manifestación de un interés particular del uno por el otro. Pero gracias al encuentro, gracias al artificio del encuadre analítico, gracias al “como si” del juego, se instaura un vínculo no reductible al concepto de transferencia, aunque tanto en un caso como en el otro los afectos sean verdaderos.
Agrego que Winnicot utiliza únicamente el término transferencia para hablar de estas diferentes modalidades de la relación. Pienso que el mismo Winnicott queda prisionero del pensamiento sometido al paradigma exclusivo del sujeto-objeto. Ahora bien, no es reconocible en términos de sujeto-objeto.

Recuerdo que Balint fue el que más se rebeló tanto en contra de la reducción de la transferencia al mero paradigma sujeto-objeto que presupone la existencia de un objeto ya constituido y separado del paciente, como de que el mundo en nada participa de la relación analizante-analista, o que el mundo se pueda reducir a los términos de sujeto-objeto ¡pobre cosmogonía!

A partir del momento en que el analista puede reconocer en qué consiste el vínculo para el analizante en referencia a la teoría analítica, deja de estar en el área del vínculo ya que ha conseguido aislar una parte conceptual.

Haré aquí la diferencia entre composición y construcción.
Los sonidos, el ritmo, y también el silencio, que es siempre un silencio ritmado y singular,  que pone en contacto al niño en el vientre de la madre con el mundo, son los precursores de la música y del sustrato del vínculo en general. Pensemos en la diferencia que existe en los silencios entre Beethoven y Mozart. Incluso antes de su nacimiento, el niño está sumergido en lo tonal y en lo rítmico de una persona específica que lo une al mundo. Cuando alguien habla, su cuerpo es tocado por aquello que oye. El vínculo musical supone una continuidad que se opone a la discontinuidad del lenguaje, y que  encontramos cuando hablamos de la relación de objeto. Así, a través de la voz los cuerpos se tocan, se sincronizan o no, adquieren un ritmo. Lo que reúne dos cuerpos en presencia es material. Los sonidos son materia, las vibraciones emitidas por el cuerpo son físicas. Un músico me decía “soy un agitador de moléculas”. Pero es una extraña materia, una materia que impregna la lengua y es su condición.
Condición de palabra, cuya finalidad no es sólo la de informar, su finalidad es unir  uno al otro, lo que permite comunicar.
Pero comunicar exige la constitución de un mundo interior, de un espacio psíquico con objetos separados: para abordar este espacio supuestamente separado, hacemos construcciones ayudados por la bruja metapsicología.

El vínculo estaría por lo tanto, más próximo a una composición a partir de entidades singulares y únicas, no repetibles, mientras que la transferencia sería una construcción a partir de entidades generalizables y que pueden repetirse.
La composición utiliza materiales de la naturaleza: sonidos, colores, formas, movimiento, olores, resumiendo, lo real que podemos aprehender esencialmente por medio de nuestras sensorialidades. Ellas instruyen y producen las emociones y activan la memoria viva y rápida de los procesos primarios, tanto como la memoria lenta y discursiva de nuestros procesos secundarios.
Como tal, el vínculo no entra en ninguna repetición.
Está hecho a partir de los fundamentales de  dos individuos únicos, en perpetuo devenir, es un flujo y es siempre actual.
La materia sonora nunca se repite así como el agua no corre dos veces por el mismo río.

En la transferencia hay construcción a partir de los datos pre-seleccionados  y ya interpretados por un saber, y no una nueva composición hecha de las singularidades en presencia.
El vínculo deriva de una experiencia, pero cuando reconocemos elementos de una transferencia, estamos haciendo una construcción refiriéndonos a un mapa que está en nuestra cabeza, sin el cual no tendríamos ninguna idea de la transferencia.
Lo que lleva a hacer una construcción es la selección de entidades abstractas tomando como base una composición que hará que digamos o pensemos: ¡Ah! Esto quiere decir aquello”.
El esto es la composición, el aquello es la construcción.
El esto es lo que el analista, así como el analizante, aprehende o selecciona en el conjunto de manifestaciones que viene del otro y de él mismo, afectado por este otro, el aquello es el sentido analítico que tales transformaciones pueden llegar a tener.

Contacto-Voz-Silencio
Una voz es absolutamente única. No pensamos en esto con bastante frecuencia. Pero no sólo la voz: todo ser humano tiene sus propias longitudes de ondas; todo ser humano tiene su propio ritmo reconocible en cada uno de sus movimientos. ¡Fue preciso inventar las tarjetas magnéticas para que nos acordáramos de esto!
Quienes han leído a Oliver Sachs, “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero” deben recordar, por cierto, la historia de este hombre agnósico, incapaz de reconocer lo percibido, profesor de música, que no reconocía ni las formas ni los rostros familiares. En la medida en que su dolencia se iba agravando, dejó de reconocer a sus alumnos cuando estaban inmóviles, pero los reconocía cuando esbozaban el menor movimiento. Cada uno de nosotros se mueve de manera absolutamente única. Él decía “cada uno tiene su propia música” reconocible desde lejos.

Ahora, todo esto interviene en el vínculo y es lo que yo llamo lo propio del sujeto. Lo propio del sujeto es una composición de naturaleza, y es lo fundamental del vínculo.
La transferencia pasa sólo por una pequeña parte de esto, aquella que podemos emplear en nuestras conceptualizaciones, y sobre las cuales pensamos tener algún control.
Es por tener el vínculo en cuenta, incluso sin nombrarlo, que podemos afirmar que la transferencia no se deja reducir a la repetición y que sería un reduccionismo encarar el análisis bajo este único aspecto. Y es por el simple hecho de ser el analista una nueva persona para el analizante, con una voz diferente de las demás (me limito a la voz), que desde el inicio de un análisis hay una irrupción de lo nuevo en la propia transferencia. La presencia real del analista es al mismo tiempo posibilidad de repetición y traba para su éxito.
En tanto singularidad real, el analista rompe con la repetición mientras, que como objeto imaginario del otro la pone en escena.

Vuelvo a insistir, la transferencia puede ser interpretada, el vínculo no se interpreta, es un lugar de silencio, de sentires y de intercambio de palabras que pueden o no caer en el campo de la transferencia. En teoría se puede decir que la transferencia está hecha  para la interpretación.
Hay que saber que para muchos analizantes es en el vínculo donde reside lo esencial del análisis, y aún más, diría que en la mayoría de los casos el elemento terapéutico principal pasa por el vínculo: mientras la paradoja persiste, el analizante está ahí para el análisis de la transferencia.

Lo que nos lleva a la siguiente cuestión: si lo esencial se juega en el vínculo y el vínculo no se interpreta, ¿en qué medida se trata de análisis?
Sí, se trata de análisis, ya que ese vínculo debe su existencia al hecho de ser vivido en el interior de la experiencia analítica, y es exclusivamente gracias a esa paradoja que existe. El marco del análisis garantiza que el analista nunca abusará del vínculo, no es un vínculo mundano, y por eso digo que Freud inventó un vínculo inédito.
La transferencia, como construcción teórica, es lo que cambia según las escuelas psicoanalíticas y con las modificaciones que aportan los trabajos teóricos. Es enteramente dependiente de nuestros saberes constituidos.

Aunque el vínculo se materialice esencialmente a través de la voz  posee también aspectos silenciosos y remite, en primer lugar, al estar en contacto uno con otro.
Freud elaboró una teoría de las pulsiones, pero como lo remarcó André Green, no hizo una teoría del contacto. Lo ha mencionado en su trabajo “Tótem y tabú” al referirse a la prohibición de tocar. Afirmó que mirar y tocar se juntaban en el “un nivel superior del contacto”. Freud insistió en el aspecto prohibido y  pavoroso en la magia. ¿Existirá este pavor en el campo del análisis, más allá de las implicaciones eróticas?
El contacto es padecido (pathique), sentido, y es especialmente no-verbal, expresa el fondo del humor, participa de aquello que en alemán, llamamos la Stimmung, el ambiente. (Stimme = voz, la voz que habita en el silencio.)
Este no-verbal del vínculo, insisto, no es un pre-verbal, puede serlo, pero está presente todo el tiempo, tanto si estamos hablando o si estamos callados.

El contacto puede abrir paso a la palabra pero no depende del intercambio verbal. Es un “estar con” que se interioriza, su trazo es diferente del trazo dejado por el objeto, aunque incluya al objeto.
Desde este punto de vista, el contacto entra en la zona del flujo de las pulsiones de vida, porque hace vínculo y es vivido más próximo del principio del placer que del principio de realidad, incluso cuando se vuelve depositario de la depresión.
Lo que pertenece al contacto no pertenece a la categoría sujeto-objeto, donde el objeto es ya una entidad separada para el sujeto en cuestión. Para Freud, podemos decir que el deseo era antes que nada un deseo de contacto, (contacto con el objeto), para luchar contra la discontinuidad que impone la separación sujeto- objeto.

Considero una exageración pensar que sólo los psicóticos tienen problemas con la constitución del objeto como separado. Cualquiera puede tener “zonas psíquicas” que escapan a este buen funcionamiento reductible o susceptible de ser pensado en términos de sujeto-objeto o, quién sabe, de “objeto-predicado”.
Si resumimos, todo lo que participa del vínculo, más allá del contacto silencioso, de la mirada que une a distancia, está la voz y de modo más general, todo aquello que dice algo respecto del plano de lo sensible. Voz y mirada, desde mi punto de vista, no deben ser aislados sólo en su función de “objetos”, como fueron definidos por Lacan (justamente con el objetivo de clasificarlos en la lógica del sujeto-objeto); son también maneras de permanecer en contacto, aún estando a distancia entre lo propio del uno y lo propio del otro.
La mayoría de los buenos clínicos trabajan con ésta noción de contacto, pero lo hacen intuitivamente, sin concederle un estatuto. La excepción que merece ser citada es la escuela de Lovaina (Szondi, Schott) y en particular los trabajos de Madliney, cuyos trabajos se refieren sobre todo a pacientes psicóticos. Para estos el contacto sería la pulsión básica de su existencia. Considerar la noción de contacto resulta particularmente útil en el abordaje de la psicosis maníaco-depresiva; como perturbación del humor: en la melancolía se constata una pérdida de contacto y en la manía su inflación.
Así, ciertos pacientes son verdaderos reveladores de aquello que permanece  clivado o atrincherado en el propio analista.
Por otro lado, el hecho de entrar en contacto con un paciente o con una parte clivada del paciente puede despertar en el analista ciertos afectos y sensaciones que no le son familiares. Es como la activación de algunas de sus propias zonas psíquicas que él no había tenido la ocasión de usar  hasta entonces para estar en relación con otros o con él mismo. Jean Florence ha dicho, refiriéndose al analista: “Abrir y poner en contacto aquello que habla con aquello que lo hace hablar”.

Esto es verdad para los dos protagonistas si el analista acepta dejarse alcanzar por lo que viene del paciente. Ahora bien, esto no se puede aislar en el paradigma dominante sujeto-objeto.
Freud afirmó claramente que su metapsicología había sido hecha para las neurosis de transferencia, y en cuanto a las psiconeurosis todo precisaba ser construido. Agregaría por mi parte que la cuestión del contacto no me parece que sea una problemática reservada para las psiconeurosis, y que podemos simplemente constatar que Freud no elaboró tal teoría.
En cuanto a Lacan, para introducir la problemática de la transferencia, él utilizó configuraciones entre personas que no precisaban verdaderamente el análisis: se sirvió de personajes de ficción tomados de los textos, El Banquete, de Platón, y una pieza de teatro de Claudel, cuyos personajes no manifiestan ningún sufrimiento excesivo, y ofrecen la posibilidad de razonar en términos de relación de objeto. No veo qué los llevaría a una demanda de análisis. La forma tradicionalmente lacaniana de pensar en términos de lugar, no concede ningún lugar a los efectos de la presencia, al humor o, de modo general, a todo aquello que se desprende de lo sensible.
Existen analistas que se dan cuenta perfectamente del lugar que ocupan para sus pacientes en la transferencia, sin que sean capaces de sentir el vínculo no-verbal, y aún menos de utilizarlo en el tratamiento. Este límite los impacta considerablemente en la cura, cuando lo esencial para el paciente, se juega a nivel del vínculo.
Creo que el contacto, en tanto que pulsión básica de la existencia, participa de un saber inherente a la especie humana. Las palabras intercambiadas llevan el peso de toda la información que nosotros captamos, no solamente en las palabras, sino en su sustancia física, que es la voz y aquello que circula más allá del silencio de los cuerpos.
En función de esto, el contacto en el análisis va en contra del duelo de la separación, siempre amenazante. Garantiza la permanencia del otro contra la irrupción de las angustias de separación. Esto no impide el resurgimiento de las angustias de separación pero funciona como garantía contra la ruptura y el desmoronamiento. Representa aquello que subsiste del vínculo primordial, pero no puede serle superpuesto, ya que es aquello que une la propia singularidad del analista a la del analizante, es actual al mismo tiempo que siempre nuevo.

Colocar el contacto del lado de la transferencia y la repetición indica la existencia de una resistencia a admitir que en la cura existen puntos de capitoné como en la vida.
Ferenczi dirá: “no hay trabajo analítico si el analista rechaza en el momento oportuno, participar del escenario montado por el inconsciente del analizante”.
Los analistas más clásicos son también los más prudentes y depositan el contacto esencialmente en el encuadre. Así José Bleger (“Simbiosis y ambigüedad”) tendrá en cuenta la noción de contacto, que situó exclusivamente en el encuadre. Sede silenciosa de aquello que según él queda como resto de la simbiosis del lado materno. Vemos que desde este punto de vista el contacto está limitado al encuadre y referido a la madre, para dejar el campo libre, para permitir que la teoría se ocupe de la relación Yo (Moi)-objeto. Ningún lugar ha sido dejado a lo que puede hacer vínculo entre analista y analizante en tanto que presencias actuales.

Llamar transferencia a todo aquello que une analista y analizante me parece una reacción defensiva de los analistas, así como también el uso que ellos pueden hacer de la teoría. Esta posición permite mantener la ilusión de que todo en el recorrido analítico podría formar parte del campo de lo inteligible, entrar en el campo del análisis y ser tratado por su tekhné específica. Esto evacua el plano de lo sensible y el magma de las cosas humanas, que ponen al analista y al analizante en la misma bolsa, como si la palabra de un analizante sólo perteneciera a la lengua.

Cuanto más trabajo, más convencida estoy de la importancia de la implicación del analista en el proceso del análisis, y me parece necesario poner los medios para pensar en esto, ya que todo aquello que pertenece al plano de lo sensible, a los “sentires” y al vínculo no debe permanecer en la nebulosa de lo indecible. No se trata de lo impensable.
Recuerdo que Lacan decía que “el analista está interesado en la transferencia como sujeto” (Seminario La transferencia). Sólo ahí, pues se trata de un sujeto estructural, de un sujeto que no sólo no está implicado sino que supuestamente nada debe sentir, estando al servicio de un análisis desencarnado.

Me voy a apoyar en algunos ejemplos extraídos de uno de los textos fundadores de Lacan para mostrar concretamente porqué no soy lacaniana en mi práctica.
En “Función y campo de la palabra y del lenguaje”, texto extremadamente complejo, encontramos lo mejor y lo peor de Lacan. Comencemos por lo mejor, su definición de lo inconsciente: “El inconsciente es la parte del discurso concreto, como transindividual, que falta a la disposición del  sujeto para reestablecer la continuidad del discurso inconsciente”.
Más adelante dice: “El inconsciente es el capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede ser re-encontrada; a menudo está escrita en otra parte”.
Aquí el término “verdad” está tomado en un sentido ordinario, en tanto que verdad, en el sentido de realidad común de una historia, mientras que en otras situaciones Lacan utiliza este término en un sentido religioso.
Por lo tanto lo inconsciente es lo transindividual, o sea, el colectivo, en que el sujeto está marcado por la historia, no solamente por el padre y la madre, si no por el discurso que los atraviesa.
Esto me parece un importante aporte de Lacan al psicoanálisis tradicional. Es obvio que el inconsciente no es solamente esa parte del discurso que falta. Este modo de abordar lo inconsciente lo limita a ser un mero contenido de lo reprimido. Y esto, sin duda,  constituye, una parte importante, pero esta manera de considerarlo utiliza una metapsicología muy empobrecida que no tiene en cuenta el  aspecto cuantitativo de los procesos primarios (las intensidades, el Ello), tan importantes en la última fase del pensamiento freudiano. A partir de aquí no estoy totalmente de acuerdo con la visión lacaniana.

Es preciso agregar aquí, que el mismo Lacan afirma que “aquello que resiste en el análisis es el discurso”. Ni él ni los lacanianos han medido las consecuencias  de esto a nivel de la práctica. Lo que resiste en el análisis, hoy en día, es entre otras cosas, el discurso lacaniano. Pero afortunadamente Lacan, estaba lejos de ser siempre lacaniano en su práctica… lo que ha salvado literalmente a algunos analizantes. Sus descendientes son infelizmente, más lacanianos que él…

Ahora bien, esta investigación de lo que está sustraído en la historia del sujeto en análisis, este acceso a la realidad –pasada o actual– nunca es una mera investigación. El analista en virtud de su transferencia, de su propia historia y principalmente de sus creencias teóricas e ideológicas, va a influir en la dirección de las investigaciones en la cura, incluso si interviene poco… Aunque se calle. Todo analizante aprende de prisa la lengua de base de su analista. Salvo los esquizofrénicos; estos se resisten al adoctrinamiento, aun inconsciente. El analizante neurótico aprende la lengua de su analista por la magia del vínculo y para paliar la dependencia transferencial. Podemos decir que no hay realidad en el análisis que no sea construida, que no sea una obra en común. No hay investigación independiente de la mirada del investigador. La investigación depende siempre de la mirada y de las certezas teóricas de aquel para quien ella ha sido puesta en escena. La neutralidad del analista no existe a ese nivel. No pasa de ser una fábula.
Esta manera de pensar en función de la capacidad de comprensión del otro (el analista) no es, como podríamos suponer, específica de la histérica. Es inherente al deseo de hacerse entender. El analista es aquí el instrumento que “falsea la medida”, como afirmaba con razón Ricardo Ileyasoff. A lo que hay que agregar que sin éste instrumento, no habría medida alguna  y en consecuencia, ninguna construcción. Así como tampoco tendríamos la parte que falta del discurso agujereado.

Antes de comenzar mi crítica de los presupuestos de la técnica lacaniana, resumo aquí lo que considero, hoy en día, el aporte fundamental de Lacan.

No es en absoluto su teoría del significante, que a mi modo de ver, aunque no sea falsa es bastante exagerada y parcial. Considero como su triunfo indiscutible –y en este sentido, estamos en deuda con Lacan– la enorme liberación de los hábitos institucionales que introdujo en Francia el distanciamiento del análisis del poder médico, así como la gran ráfaga de aire fresco que trajo para el psicoanálisis mortalmente estandarizado.  Esto se refiere al psicoanálisis en “extensión” como él mismo lo llamaba. En lo que dice respecto al análisis en “intención”, diría lo siguiente: el aporte de Lacan consiste, para mí, antes que nada, en el hecho de haberle conferido al concepto de inconsciente su dimensión política, designándolo como transindividual, y por otra parte, en el hecho de haber establecido la diferencia entre real y realidad. Dos diferenciaciones que le posibilitan al análisis situarse delante del arte, de la ciencia y de lo social.

Cuando el Muerto agarra al Vivo
Llego ahora a lo que hay de peor de Lacan, y lo peor es cuando el muerto se apodera del vivo.
En el texto ya citado “Función y campo de la palabra y del lenguaje”,  tras una hermosa embestida contra los analistas de la IPA, Lacan hace aparentemente un elogio de Balint. Pareciera gustarle mucho Ferenczi, lo que al mismo tiempo es comprensible y extraño, ya que su práctica se sitúa en las antípodas de las de Ferenczi y Balint. Por otro lado, es bueno no olvidar que Balint detestaba, tanto como Lacan, el lado adaptativo del psicoanálisis americano de la época.
Aquí está lo que dice Lacan y es bastante sorprendente: “Michaël Balint ha analizado de manera en extremo penetrante los efectos intrincados de la teoría y de la técnica en la génesis de una nueva concepción del análisis, y para indicar su resultado no encuentra nada mejor que la consigna que toma de Rickman, del advenimiento de una  Two body psychology.
Y Lacan agrega:

En efecto, no podría expresarse mejor. El análisis se convierte en la relación de dos cuerpos entre los cuales se establece una comunicación fantasiosa en la que el analista enseña al sujeto a captarse como objeto; la subjetividad no es admitida sino en el paréntesis de la ilusión y la palabra queda puesta en el índice de una búsqueda de lo vivido.

Pero no es en absoluto, ¿no es esto lo que dice Balint?
Balint se yergue contra la tendencia que consiste en reducirlo todo al paradigma del sujeto-objeto, paradigma que Lacan retoma enteramente. Notemos que el analista “enseña” al analizante a percibirse como objeto… El analista se vuelve pedagogo, o aún peor, está en el lugar del Maestro. Así según éste enunciado solo habría entre analista y analizante una relación fantasmática. Lo que no deja de ser reduccionista. Recuerdo que en otro lugar Lacan decía que aquello que opera en la transferencia “es la presencia real del analista”. Infelizmente, no es esto lo que viene siendo transmitido.
Tras este elogio de la psicología entre dos cuerpos, Lacan continúa introduciendo una diferencia radical entre palabra vacía y palabra plena. Aquí una vez más, está  en las antípodas de la posición de Balint. No tiene en cuenta ni la regresión, ni la palabra venida de una posición infantil, dos aspectos de la cura que eran muy importantes para Balint, que retoma los descubrimientos de Ferenczi. Lacan tampoco tiene en consideración el intercambio verbal como baño de lenguaje, el acto de la palabra como acto de confianza, la relación afectiva, la variedad de las percepciones puestas en circulación y otras tantas cosas que la presencia de dos cuerpos implica. Uno se pregunta en qué esta noción de dos cuerpos en presencia le interesa y por qué lo cita a Balint, a no ser para postular otra cosa.  Y esta otra cosa es su concepción del Yo (Moi) en tanto instancia imaginaria. ¡Como si la presencia de dos cuerpos pudiese reducirse a la presencia de dos Yoes (Moi) imaginarios!
Más adelante, en el mismo capítulo, nosotros nos encontramos con el factor de realidad. Lacan evoca a Freud para decir lo siguiente:

Freud, recordémoslo, refiriéndose a los sentimientos aportados a la transferencia, insistía en la necesidad de distinguir en ellos un factor de realidad, y sacaba en conclusión que sería abusar de la docilidad del sujeto querer persuadirlo en todos los casos de que esos sentimientos son una simple repetición transferencial de la neurosis. Entonces, como esos sentimientos reales se manifiestan como primarios y el encanto propio de nuestras personas sigue siendo un factor aleatorio, puede parecer que hay aquí algún misterio.

Lacan, no parece imaginar ni por un instante que esos sentimientos reales puedan ser otra cosa que un enamoramiento histérico que se equivoca de objeto.
Se queda en un análisis de la realidad en tanto que imaginaria, excluyendo cualquier factor de lo real. Y por excluir el factor de lo real, los analistas acaban pasando al acto imputando la responsabilidad a los analizantes. Entonces la transferencia se limita al amor de transferencia, amor que el consiente en llamar verdadero, pero no va más allá de esto. Ahora bien, no era el momento propicio para utilizar la diferencia entre realidad y real, y de cuestionar el lugar de lo real en la relación analítica .

Más adelante en ese mismo texto Lacan enumera las funciones del analista: “Testigo invocado de la sinceridad del sujeto, depositario del acta de su discurso, referencia de su exactitud, fiador de su rectitud, guardián de su testamento, escribano de sus  codicilos, el analista tiene algo de escriba”.

Es un poco exagerado, pero se lo pasa al escriba.
Sólo que la frase siguiente asesina al sujeto: “Pero sigue siendo ante todo (el analista),  el dueño de la verdad de la que ese discurso es el progreso”. Aquí ya no estamos ante una verdad singular de una historia que precisa ser re-encontrada para disipar la mentira o la censura de la historia concreta del paciente, como fue dicho más arriba, sino ante la verdad en sí. Hemos entrado en la religión.
Llego así a aquello que me parece lo más grave. Lacan continúa:

La suspensión de la sesión no puede dejar de ser experimentada por el sujeto como una puntuación en su progreso. (…) Ese es un hecho que se comprueba holgadamente en la práctica de los textos de las escrituras simbólicas, ya se trate de la Biblia o de los textos canónigos chinos: la ausencia de puntuación es en ellos una fuente de ambigüedad, la puntuación una vez colocada fija el sentido, su cambio lo renueva o lo trastorna, y, si es equivocada, equivale a alterarlo.

Teóricamente, es correcto, sólo que Lacan confunde terriblemente una experiencia analítica con una experiencia de lectura.

Vemos así como Lacan parte de una situación en la cual se trata de la cuestión de la presencia de dos cuerpos reales (a lo que podemos agregar los Yoes (Moi) imaginarios, esto no cambia nada) y desemboca en el tratamiento de la palabra viva, como si se tratara de un texto, de un cuerpo muerto. Aquí el muerto comienza a apoderarse del vivo: el ser humano, en cambio, incluso el más desigual, no es un texto escrito cuyo sentido está dado por las puntuaciones. Esto me parece algo en extremo grave, constituyendo una de las páginas negras del psicoanálisis francés.  Porque hace escuela, sin que nadie se haya puesto a pensar en la cuestión de saber si era legítimo tratar a la palabra de un sujeto humano como un texto escrito, sin cuerpo, y donde el analista sería el maestro de la verdad.
Espero que ustedes se den cuenta hasta qué punto existe un deslizamiento nefasto, en tanto esto es falso, inclusive teóricamente, y tanto más nefasto respecto de la práctica del análisis, en la medida en que ésta fue la práctica trasmitida.
¡Ese modo de proceder consterna ! Y tanto más, por el hecho de que nadie parece asombrado por esta confusión entre un texto escrito y un sujeto hablante. Se criticaron las sesiones cortas, los abusos de poder, pero no el fondo del problema. Si me he tomado el trabajo de retomar aquí el texto de Lacan ha sido para mostrar que tengo serias razones para recusar esta práctica.

Como es previsible el texto de Lacan, continúa y desemboca lógicamente en el tema de la muerte. Lacan no establece una relación entre su propia operación de muerte del sujeto que asimila a un texto y el tema de la muerte que de ahí se deriva. Y la una conduce fatalmente a la otra. Lacan termina diciendo que el final del análisis sería la subjetivación de la muerte. Recuerdo que esos eran los años Heidegger, aunque Heidegger se situase en el nivel de la filosofía, que no es una terapéutica y mucho menos una relación entre dos cuerpos.
De hecho no existe análisis donde la muerte no sea evocada, ni análisis donde el analizante no pase por la percepción de sus límites, de su falta de poder sobre la vida, pero esto no implica el mandato de ser para la muerte.
Agrego que es muy importante darnos cuenta de estos deslizamientos, de estos pasajes de lo vivo a lo muerto y de la seducción ejercida sobre Lacan por una cierta filosofía que lo hace olvidar que el objetivo del análisis está del lado de la vida.

La cuestión es muy diferente en Freud cuando habla de la necesidad de transformación del  “principio del placer” en “principio de realidad”. Ninguna necesidad hay ahí de evocar la figura del “ser para la muerte”. Freud se contenta con evocar “otro placer”: el de la acción de pensar que es a la vez tener en cuenta el principio de realidad y la prolongación del principio del placer. Pensar es frecuentemente doloroso, pero es también la transvaloración más alta y la más gozosa del principio del placer de nuestros primeros vagidos.

Dos tendencias del psicoanálisis
Me gustaría concluir con una visión más general de las corrientes analíticas. Podemos constatar que el psicoanálisis, prácticamente desde su inicio, está atravesado por dos corrientes, a la vez, antagónicas y complementarias.
Ambas se reparten en función de la importancia dada a uno y a otro de los dos principios psíquicos, o sea, al principio del placer y al principio de realidad. Sabemos que en la psicogénesis son antagónicas y complementarias, y no es por casualidad que Freud, a lo largo de toda su obra, jamás dejó de volver a esto como si fuese una brújula.
Una de las corrientes enfatiza la liberación. Esta corriente privilegia en cierto modo el principio del placer. El análisis debería liberar al sujeto de sus inhibiciones y síntomas, de las prohibiciones excesivas, de la culpabilidad neurótica, y de las censuras.
En sus escritos, incluso en los más tardíos, Freud continuaba afirmando que la meta esencial del análisis era liberar al paciente de sus síntomas e inhibiciones, y que no había que pedirle mucho más. (“Análisis terminable e interminable”). Freud, nunca abandonó el reconocimiento de la importancia del principio del placer, incluso después de haber descubierto la compulsión a la repetición y la pulsión de muerte. Volvió a él principalmente en su última tópica para colocar en él, al Ello.

Esta primera corriente en sus excesos tiende a desembocar en la ideología new age, según la cual bastaría ser gentil y amoroso para que el mundo funcionase mejor: la bestialidad se aloja allí donde puede.
Pues justamente el Ello se conforma con el principio del placer. Es el reservorio, la marmita de nuestra energía pulsional, decía Freud.

Ahora bien ¿cómo hacer para darle un lugar en el análisis a la libido en su aspecto cuantitativo? Freud lo esboza. El aspecto cuantitativo se manifiesta en la regresión pulsional y en el placer de pensar.
La otra corriente está orientada sobre la vertiente civilizadora, da un lugar preponderante al Principio de Realidad, sean cuales fueren las discusiones que engendra sobre la noción de realidad. De hecho, trabaja sobre los trazos del Super Yo. De la misma forma que la primera corriente daba primacía a la creatividad, al devenir-niño (que no es el niño que hemos sido), ésta tiene su eje sobre la castración y el devenir adulto, es decir devenir hombre o mujer. En sus excesos esta corriente tiende a volverse “educativa”.
No es sorprendente que el Yo (Moi) (tironeado entre el Ello y el Super Yo, entre lo real y lo simbólico) se haya convertido en el caballo de Troya en psicoanálisis, en torno al cual se han librado batallas tanto teóricas como técnicas.
Esquemáticamente, podríamos decir que pertenecen a la primera corriente: en lo esencial la escuela húngara, Imre Hermann, Ferenczi, Balint, seguidos luego por Winnicott, Searles, Benedetti. Ellos privilegiaron el vínculo y la creatividad, así como la implicación afectiva del analista, con el niño en el adulto.
El vínculo es central en su implicación con el analizante. Por cierto, a esta línea pertenecen igualmente los analistas que trabajan sobre el contacto. Están muy influenciados por los trabajos del filósofo Maldinay, Szondi (escuela húngara, amigo de Hermann) y Schott, quien además intenta mantener un punto de convergencia con los conceptos de Lacan.

Yo clasificaría en la segunda corriente, esencialmente, a Mélanie Klein, Francoise Doltó y Lacan. Incluso si utilizan aparatos conceptuales muy distintos, los unos de los otros, enfatizan la frustración y la castración, en detrimento de la búsqueda del placer y la liberación pulsional. La transferencia que inducen es sistemáticamente de tipo vertical. Esta modalidad prohíbe, salvo protegerse detrás del pretexto de la psicosis, cualquier implicación afectiva del analista. Incluso en los kleinianos que sólo se implican como productos alucinados y no en sus singularidades actuales. Estos están inclinados a tratar la transferencia solo desde el punto de vista vertical. (Cuestión provocadora: en los países latinoamericanos el encanto por M. Klein dejó lugar a la fascinación por la doctrina de Lacan. Pasaje de una estructura fuerte y coercitiva a otra.¿Habría una relación entre las estructuras de poder en esos países y una atracción por las estructuras coercitivas en psicoanálisis?)

Esta distinción de las dos corrientes es evidentemente esquemática: siempre están los dos aspectos entrelazados, porque la mayoría de los analistas tienen a Freud como referencia y esto mantiene unidas a las dos tendencias. Es en la dirección de la cura y en el tratamiento de la transferencia y el vínculo, donde estas diferencias se manifiestan.

Ello piensa.
De un extremo al otro de su obra, Freud ha dado cuenta de la tensión existente entre Principio del Placer y Principio de realidad, así como de su desactivación por la pulsión de muerte. Freud no dejó de recordar, lo cito: “El Principio del Placer es el garante de la vida y no sólo de la vida psíquica”.
Entonces ¿qué hacer para acoger y dar expresión al vínculo sin descuidar el trabajo sobre la transferencia, y permanecer en tanto sea posible, del lado de la Pulsión de vida y del Principio del placer sin negar la importancia del Principio de realidad y la importancia de la simbolización?
El Ello, ese caldero de nuestra energía pulsional, está asociado al principio del placer. En la cura ¿cómo lidiar con éste caldero? ¡No se puede dar curso libre a las pulsiones de los pacientes!
Pánico a bordo, y esto es comprensible… sería no tener en cuenta que existe un placer específico del análisis: consiste en gozar del nacimiento del pensamiento. Esta es una experiencia en vivo, una experiencia que necesita de la plena participación del analista.
Porque el placer pulsional del Ello se expresa en la creación. En análisis la creación se da cuando le hacemos lugar al: “ello piensa”. Pensar en análisis es en primer lugar, vivir una experiencia que consiste en sentirse pensar.
Un filósofo como Whitehead lo ha visto muy claro “Proceso y Realidad”, al afirmar aludiendo a sí mismo, que las nuevas ideas no le venían en forma de palabras, primero sentía y el trabajo más difícil consistía en encontrar las palabras para los pensamientos. Toda su filosofía es una cosmogonía que está dicha en términos de “sentires”.
Desde el punto de vista de la fisiología del cerebro, Antonio Damasio pone en primer plano como condición de la cognición, el buen funcionamiento de la emoción y del sentimiento de la emoción que conducen al sentir del pensamiento. La primera etapa del pensamiento es un sentir.
Pensar cuando se trata del pensamiento-rayo es una actividad pulsional y perceptiva tanto como conceptual. Freud lo había entendido muy bien en La Interpretación de los Sueños.
La experiencia del pensamiento inmanente es un cambio de valor del Principio del placer donde prevalece el aspecto cuantitativo de la libido.
No se trata de pensamiento discursivo y ya compactado según el saber del analista, se trata de dejar curso libre al “Ello piensa”. Y ante el “Ello piensa” del anlizante es preciso que alguien lo acoja sin preconceptos, sin discursos preconcebidos.

Ello piensa es un oxímoron conceptual. Un oxímoron pone en relación de contigüidad dos contrarios: el negro sol, la triste alegría (y el alegre saber).
Ello piensa pone en contigüidad la energía de la libido, del Ello, con la actividad del pensamiento, resultado cognitivo, alejado del caos pulsional.
Es el punto más difícil y el más divertido. Y también la parte más revolucionaria del psicoanálisis.
La mayoría de los analistas parecen haberse quedado justo antes, antes de dejar venir las consecuencias de un proceso tal.
Abrirse al pensamiento no es algo fácil. A veces se necesitan años para “domesticarse” . Algunos analizantes no llegan nunca.
Otros son más talentosos. Y esto no tiene relación con la psicopatología.

Pensar es, en primer lugar, hacer la experiencia sensible del pensamiento.
Por lo tanto, es preciso dar el salto y admitir como premisa que el pensamiento es  primero un sentir que precede al lenguaje y al formateo por el lenguaje. A la pregunta: ¿cómo sé que pienso?  Respondo: porque siento que pienso antes de conocer aquello que pienso. Cuando Ello piensa es lo inconsciente que se apodera del intelecto con la rapidez del rayo: es el insight, o el Einfall del que hablaba Freud. Es algo que cae sobre nosotros, una experiencia fulgurante. Prefiero traducir el término freudiano Einfall por “pensamiento-rayo”. La traducción del Einfall por “asociación libre” es mala, diría que se trata más de una disociación, ya que el insight llega disociado del contexto. Llega como una chispa, con la rapidez del rayo. Después es preciso pasar de esta velocidad extrema a la lentitud del verbo.
El verbo nos impone la resistencia de nuestros órganos sometidos al desenvolvimiento secuencial del lenguaje. El Einfall, la cosa encontrada en la rapidez del rayo, fuerza a decir, y decir obliga a aminorar, para que puedan formarse las palabras, las frases, la lógica del discurso.
El lenguaje es un retardador del pensamiento.

En este estar juntos de dos cuerpos en el vínculo, en tanto fundamento humano de la empresa analítica, la experiencia más osada consiste en pensar libremente. Para llegar a esto es necesario tener una confianza extraordinaria en este compañero- cómplice que es el analista. Como decía Balint el analista debe ser como el agua para el nadador, la tierra para aquel que camina, un soporte, una materia, un vínculo a toda prueba y un vínculo inédito, nunca visto, jamás vivido para que “Ello piense” y el hombre común pueda hacer la experiencia del pensamiento-rayo, habitualmente reservado para artistas y creadores.

Tener un compañero de confianza que pueda esperar que el rayo encuentre la palabra, y la palabra es una necesidad vital así como un lujo magnífico. Esperar que esto irrumpa y poder decirlo, apoderarse del tiempo para no volverse loco, más loco que antes, en posesión de un saber costoso de ser soportado cuando no es compartido, tomado por una genialidad que sólo el verdadero genio soporta y aun así, pagando el precio. El análisis inscribe al hombre en su duración mortal e inevitable del lenguaje compartido. Aquel que sobrevive al fulgor.
El lenguaje, nuestro amortiguador.

Si la transferencia es una construcción teórica, entonces debemos trabajar para ampliar la teoría de la transferencia, porque es lo que se puede transmitir en nuestras reuniones eruditas. Si el vínculo es una composición única entre dos cuerpos en presencia, nos queda la tarea de no sustraerla del saber académico. Una y otro con sus inclusiones recíprocas hacen del análisis una experiencia curiosa que nada tiene que ver con la psicología ni con la medicina. Esto es dinamita aunque tengamos la tendencia a banalizarlo, porque se banaliza inevitablemente, lo que puede repetirse. Y se repite a gran escala. Sólo en la medida en que lo inteligible del análisis  no se recorte del sustrato sensible del vínculo podremos evitar caer en el dogma para masas obedientes.
El pensamiento que resulta de tal experiencia, donde lo sensible conserva su lugar, no puede ser enteramente domesticado por el discurso ambiental. El “Ello piensa” no piensa según un orden del discurso, ni siquiera del orden psicoanalítico.

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Mi propósito no reside ni en el ecumenismo, ni en un matrimonio con la razón, sino en un happening imaginario, donde encuentros escandalosos tendrían lugar, o donde se admitirían corrientes eróticas de vínculos verdaderos entre Freud, Mélanie Klein, Lacan, Searles, Bleger, Ferenczi, Winnicott, Balint, Benedetti, y algunos más, y donde cada uno a su vez, aplicaría lo que quería promover en sus pacientes. Así leeríamos a Freud con sus tres instancias, y nos hablaría del Ello en su lucha contra la pulsión de muerte… mientras Ferenczi le daría un beso en la boca, Lacan tendría en nuestra lectura sesiones cortas con significantes magníficos y un coktail Molotov real contra  la IPA imaginaria. Ferenczi sería el niño querido por fin destraumatizado, Mélanie tendría dos buenos pechos y el malo se lo daría a Anna, Searles se volvería loco con su propio padre, Bleger echaría ácido para reventar el encuadre, Winnicott jugaría con el pequeño Hans y el pene del caballo sería su objeto transicional, Balint regresaría a lo de Lou Andréa Salomé, Benedetti esquizofrénico en el jardín de Lacan, y nosotros, nos sentiríamos libres de inventar el psicoanálisis del próximo siglo. Y la voz que frecuenta nuestras consultas dejaría el lamento repetitivo para cantar por fin. Lo inédito.